En el evangelio que se lee en la mañana del domingo de Resurrección, tomado del capítulo 20 de san Juan, se nos relata que san Juan esperó a san Pedro y le dejó pasar delante para inspeccionar el sepulcro de Cristo resucitado. De modo semejante, quiero reflexionar aquí sobre por qué los cristianos que a veces estén, o crean estar, adelantados respecto al Papa, deben tratarle con el mismo respeto con que Juan trató a Pedro y esperar a que sea él quien juzgue sobre los asuntos en que le compete juzgar.
Según el Evangelio, Pedro y Juan -llamado allí simplemente “el otro discípulo al que Jesús amaba”, corrieron al sepulcro de Jesús, después de que María Magdalena les alertara de que se habían “llevado del sepulcro al Señor”.
Relata el Evangelio cómo Juan llegó antes al sepulcro y, no pudiendo reprimir su curiosidad, “vio las vendas en el suelo”, pero no entró, sino que esperó la llegada de Pedro, dejándole entrar primero. Una vez dentro, además de las vendas, Pedro vio el sudario que había cubierto la cabeza de Cristo, “enrollado en un lugar aparte”. Termina el relato evangélico anotando que entró luego Juan y que “él también vio y creyó”.
Quisiera fijarme en este último aspecto, ya que, salvo que el original griego dé a entender otra cosa, tanto la versión latina como la española de este evangelio nos dicen que Juan creyó al ver lo que había dentro del sepulcro, pero no se nos dice si Pedro creyó o no. Es decir, que es posible que Juan tuviera ventaja sobre Pedro no solo antes de llegar al sepulcro, pero que no quisiera aprovecharse de esa ventaja que tenía sobre el principal de los discípulos, sino que también es probable que Juan sacara más provecho que Pedro de lo que vio en el sepulcro. Y, sin embargo, aunque constata que él creyó, es tan discreto que no indica nada que pueda perjudicar o suponer de cualquier modo un juicio sobre la actitud de Pedro.
Decía al principio que pienso que todos podemos sacar una lección de este evangelio referida a la relación jerárquica que existe entre los miembros de la Iglesia. Quienes están en un puesto que parece preeminente, no lo están por ser mejores: todos sabemos que Pedro negó a Cristo y en cambio Juan fue el único varón que permaneció al pie de la Cruz. Y, sin embargo, no por ello Pedro perdió su dignidad o su autoridad, o en todo caso Juan respetó el orden que Jesús había dejado establecido, sin arrogarse el poder de alterarlo conforme a lo que incluso las reglas de la ética que puede parecer más elemental ordenan: que el pecado debe ser castigado de algún modo y la virtud premiada.
El Papa no es el Papa porque sea mejor que los demás, sino porque ha sido elegido conforme al procedimiento establecido por Cristo, es decir, en realidad establecido por los propios papas a los que Jesús dio el poder de organizar la comunidad creyente. El Papa ni siquiera es el elegido de Dios, ya que son los cardenales, y no el Espíritu Santo, quienes eligen al Papa. Les recuerdo al respecto unas palabras que se supone fueron dichas por Benedicto XVI en unas declaraciones que hizo a la televisión de Baviera en 1997:
Yo no diría que el Espíritu Santo elige al Papa. Yo diría que el Espíritu Santo no actúa de la forma en que suponemos. En realidad, el Espíritu Santo nos deja una relativa libertad, nos deja un espacio muy amplio, incluso en la elección del Papa. Incluso cuando un cardenal elige a una personalidad creyendo que ella se corresponde con la voluntad del Espíritu Santo, ese Papa sigue pudiendo ser un fracaso total. Hay muchos ejemplos de ello. Por eso, en la elección del Papa no hay ninguna garantía de que él esté verdaderamente inspirado por el Espíritu Santo. En definitiva, eso es algo que solo Dios puede saber.
Hasta aquí la cita que se atribuye a la intervención de Benedicto XVI en la Televisión bávara en agosto de 1997. A este respecto se me ocurren dos conclusiones, que sirven para todos, pero particularmente para aquellos que se sienten integrados en una parte de la Iglesia y como enfrentados a otra parte. Aunque, en definitiva, me parece que nos sirve a todos porque se trata de formas de pensar que, de un modo u otro, siempre nos pueden afectar.
Para quienes piensan, o para cuando pensamos que sería mejor que la Iglesia fuera más democrática, y que eso permitiría encontrar mejor el bien común, pienso que esta escena nos enseña a no confundir bien y poder. Claro que en Dios el poder y el bien son lo mismo, pero en la tierra no lo son. Tener el poder no significa ser mejor, ni siquiera el hecho de estar colocado al frente de la Iglesia, es decir, de tener la autoridad, significa poder hacer las cosas mejor y, yo diría que tampoco significa tener la capacidad de hacer el mayor bien a aquellos sobre quienes se gobierna.
Para hacer esto más comprensible, basta con pensar que, la persona humana que más bien ha hecho a la humanidad, ha sido la Virgen Santísima, que, ni en su familia, ni en la Iglesia, ha tenido ningún cargo de autoridad: el jefe de su familia fue san José y cuando este murió, Jesús, y en la Iglesia los apóstoles, por mucho que hubieran querido someterse a la obediencia de la Virgen, recibieron de Cristo la autoridad sobre su propia Madre.
Por tanto, se equivocan quienes piensan que la Iglesia se reformará y mejorará por el hecho de diluir la autoridad de los obispos en el conjunto de un consejo sinodal, como prevé hacer la Iglesia en Alemania antes de 2026. Habrá sin duda muchas personas mejores que los obispos, pero buscarlas, elegirlas y darles el mando de la Iglesia equivaldría a hacer pasar a Juan delante de Pedro, y no es, según parece, lo que Dios quiere.
Igualmente se equivocan otros que no pretenden instaurar la democracia en la Iglesia, pero ven su fe debilitada por el hecho de que el Papa parezca ir más lento que otros en el camino del bien: san Pedro había sido, en el momento que nos relata este evangelio, un traidor a Cristo, y quizá eso frenara su entusiasmo y su marcha, sumándose a los efectos de la edad y de los kilos que pudiera tener de más respecto a Juan. Pero no por eso pensó Juan que ganaría tiempo entrando por delante. Incluso es posible, como he señalado, que Juan aprovechara mejor que Pedro lo que vio dentro del sepulcro, ya que sabemos que Juan vio y creyó.
Juan no necesitó que Pedro llegara antes para creer. Y tampoco después creyó porque Pedro creyera: de igual modo, aunque quienes tienen autoridad en la Iglesia puedan dar la impresión de no reaccionar de la mejor manera a la gracia que Dios les da, eso no debe reducir, sino en todo caso aumentar, el deseo de corresponder con la fidelidad que Dios exige de cada cual.
Incluso en las circunstancias que pueden parecer peores, siempre debemos ejercitar la capacidad de valorar la supremacía del bien en cada persona, sobre todo en las que tienen autoridad en la Iglesia, en nuestra vida personal y en la historia. Nadie que no esté ya en el infierno está condenado a hacer el mal, es decir, ningún mal hace mala a la persona definitivamente, y siempre prevalecerá la posibilidad de superar ese mal con el bien, por la gracia de Dios. De modo que nunca el comentario frente a algo que nos parece malo debe dar ni siquiera la impresión de ser desesperanzado, porque mientras hay vida hay esperanza.
Termino con el ejemplo de un profesor que fue acusado por uno de sus alumnos de haber cometido graves abusos. Este profesor ha sido juzgado de forma manifiestamente irregular, según relata él mismo en una entrevista a la que pongo link en la descripción de este vídeo. Por la vía civil, los doce años de prisión a que fue condenado se redujeron a dos después de que el Tribunal Supremo constatara que dos de los cinco episodios de abusos habían sido inventados por el acusador una vez que el proceso judicial ya estaba en marcha.
Dentro de la Iglesia, a pesar de ser un laico, a este profesor se le hizo un juicio canónico que resultó en absolución en 2015, pero que recientemente fue reabierto por el Papa y en el que parece que se emitirá sentencia sin haber escuchado al acusado. Pues bien, sin entrar en el juicio sobre los hechos, que escapa a mis competencias, me parece interesante lo que responde el exprofesor en la entrevista que cito, cuando le preguntan qué le parece que el Papa no le haya recibido y en cambio sí haya recibido y manifestado su apoyo al alumno que le acusó:
El Papa tiene un gran corazón, pero desgraciadamente alguien le está asesorando muy mal.
Cito también este caso porque el joven que acusó a este profesor ha sido uno de los seleccionados para la entrevista de diez jóvenes con el Papa emitida recientemente en televisión. Solo uno de los diez jóvenes, una chica, se muestra en esa entrevista creyente e incluso echa una mano al Papa para resolver algunas de las dudas o más bien reproches que le hacen los otros jóvenes. La entrevista puede verse, incluso, como una encerrona, en la que el Papa, en su afán por ser comprensivo con los jóvenes, incluso acepta el regalo de un pañuelo verde utilizado en su país, Argentina, por los partidarios del aborto libre.
Pues bien, recapitulando lo dicho hasta ahora, es evidente que, si el Papa hubiera querido aprovechar la oportunidad de explicar la doctrina cristiana a los jóvenes, hubiera podido elegir a sus interlocutores e incluso las preguntas. Habría estado en su derecho de hacerlo, y pocos podrían dudar de que el resultado habría sido más edificante.
Pero el Papa ha preferido fiarse de la persona, Jordi Évole, que le propuso la entrevista, y a quien solo puso la condición de que uno de los jóvenes fuera cristiano. Obviamente, elegir otros nueve que no fueran cristianos, sino anticatólicos, era la peor de las opciones, y es la que eligió Jordi Évole. Pero, no lo olvidemos: esa no fue la elección del Papa. El mal, si existe, no lo hizo él. Todo lo más, es posible que no hiciera todo lo que estaba en sus manos para prevenir ese mal. Pero, volviendo a la reflexión general, siempre hay un bien que se puede sacar de ese dejar pasar a Pedro por delante de Juan, de ese discípulo del que suponemos que habría podido hacer las cosas mejor.
La Iglesia no siempre ha tenido las riendas de la comunicación cuando se ha dirigido a sus interlocutores. Es fácil predicar desde un púlpito ante un público dispuesto a decir amén. Pero, de algún modo, quizá con su gesto el Papa nos está poniendo ante la realidad de un mundo que se escapa de nuestras manos y en el que, a veces, hasta la palabra del Papa es sometida a manipulación. Incluso aunque estuviéramos en esas circunstancias no debemos dejar pasar la oportunidad de que al menos un rayo de luz se abra paso entre tanta tiniebla.
Recapitulando, siempre podremos sacar un bien de las circunstancias en que Dios nos sitúa. Y por muy torpes que nos parezcan otros, máxime si son los que mandan en la Iglesia, en su actuar, siempre debemos fijarnos en el bien, que, aunque sea de rebote, se puede derivar de su actuación. Eso no impide que hagamos saber lo que, en conciencia, nos parece injusto, inoportuno o falso. Pero dejando a salvo que no conocemos la intención, y que puede ser buena; y dejando a salvo la autoridad y la obediencia a lo que se nos manda en la Iglesia, mientras no nos manden pecar.