El Balancín, de Goya, en el Museo de Arte de Filadelfia.

Un balancín para aclararse con las leyes LGTBIQ Llamo balancín a una forma de razonar que ayude a los profesores de Religión católica a explicar su postura respecto a las leyes LGTBIQ


Para los profesores de Religión católica, puede ser un reto explicar su postura respecto a las leyes llamadas LGTBIQ, que según se enfoque o se diga pretenden fomentar la igualdad de género o la diversidad. Por si ayuda en esa tarea, he ideado un procedimiento intelectual que podría compararse a lo que en el mundo de los juegos infantiles es un balancín.

Lo llamo balancín porque se trata de centrar la cuestión en torno a tres preguntas o focos hacia los cuales convergen las preguntas que queramos responder. Estos tres focos forman un triángulo cuyos vértices son: 1) el método o la doctrina que nos va a servir de base en que apoyarnos, y que en este caso consiste en reconocer la realidad como algo más allá de los intereses subjetivos o las convenciones sociales; 2) el sujeto que responde y su actitud, que se resume en la acogida del otro; 3) el destinatario -podríamos llamarle objeto, pero tratándose de una persona resulta inconveniente- de esta actitud y lo que para él proponemos, que es el progreso, en todos sus aspectos.

Si invertimos este triángulo para hacerlo descansar sobre el primero de los vértices, podemos asemejarlo a una palanca en la cual hay una base que es el punto de apoyo, que si es suficientemente sólido nos hará capaces de mover el mundo de acuerdo con el dicho de Arquímedes; en otro vértice hay un sujeto que al renunciar a su peso o altura para acoger al otro, permitirá al que es objeto de su atención -y que está situado en el tercer ángulo- subir y progresar. Por eso el triángulo se asemeja a un balancín.

1. Compartir la doctrina, mejor que opinar

Consideremos ahora los tres ángulos del triángulo o los tres puntos del balancín por separado, empezando por el central. Supongamos que alguien aborda al profesor de Religión pidiéndole su opinión sobre la homosexualidad, las leyes para fomentar la igualdad y/o diversidad de género, etc. ¿Qué hacer? Cualquier persona tiene o puede tener opinión al respecto. Pero el profesor de Religión no está en un centro educativo para dar su opinión personal, sino porque ha sido elegido para satisfacer el derecho de los padres a que sus hijos conozcan la doctrina católica.

Por tanto, cuando se pregunta a un profesor de Religión en el marco escolar, la pregunta pertinente no es qué piensa él, sino qué piensa la Iglesia católica, a la que él representa con el fin de satisfacer ese deseo expresado por los padres.

A su vez, ese pensamiento que el profesor transmite no es fruto ni de la suma de gustos personales ni de inducciones o deducciones científicas, sino que es una doctrina. Con esto quiere señalarse que se trata de afirmaciones sobre la realidad que 1) satisfacen las inquietudes del corazón humano pero no son fruto de sus experiencias, 2) son compatibles y en su caso completan los conocimientos científicos, pero tampoco proceden estrictamente de ellos, y 3) dependen fundamentalmente de la Revelación, es decir, de una verdad que -siendo coherente con la científica y dando razón de las inquietudes del corazón humano- ha sido transmitida por Dios a la humanidad por medio de la Iglesia.

Alguno podría alegar que la opinión, creencia o doctrina, de alguien que dice basarse en un mensaje sobrenatural, es irrelevante para la interpretación de la realidad en las leyes y la educación de la sociedad de los hombres. Pero eso sería discriminar a priori el valor de una opinión que ni siquiera se ha escuchado, y que, además, como se ha indicado, no solo es compatible con las explicaciones científicas, sino la más coherente con ellas.

Puestos a alegar que unos razonamientos no interesen por su supuesta relación con realidades que no se agotan en una demostración, habría que precisar que aún sería más irrelevante la opinión de un ateo, porque existe la posibilidad de que dependa de un racionamiento como el de que el ser procede del no-ser, que es menos racional que la de que el ser (con minúscula, limitado, el que conocemos por evidencia), proceda del Ser (ilimitado y del que no tenemos experiencia). Es decir, la postura religiosa es más razonable que la postura que excluye lo sobrenatural, y no por ello se pone como condición excluir del debate a los ateos, por lo que es aún más aplicable la viceversa, que la opinión de los creyentes debe ser tenida en cuenta.

En resumen, el profesor de Religión debe ser consciente de que responde con argumentos que no son suyos, lo cual por una parte es una advertencia para sí mismo, que le ha de llevar a evitar todo particularismo y aun el apasionamiento de quien defiende sus intereses, pero por otra parte exige una atención particular para compartir los argumentos de la doctrina desde su propio convencimiento.

El profesor de Religión sabe que lo que expone no depende de su ingenio personal en cuanto a su origen, así que el esfuerzo que se ha ahorrado en invención puede en cambio emplearlo en perfeccionar su forma de comprender y exponer la doctrina. Además, sabe que esta no es mero fruto de una sabiduría acumulada por otras personas dentro de la Iglesia; que también esas formulaciones son perfectibles, pues a última hora de lo que se trata es de dar cuenta de una realidad no creada por los hombres y de cuya interpretación nos da las pistas el Creador.

Esta consideración sobre la base y fundamento del discurso racional vale, naturalmente, sea cual sea el tema sobre el que se pregunte, y también vale para cualquier persona, que si quiere aportar algo al diálogo tendrá que basarse en el conocimiento y respeto de una realidad que reconocemos como no fabricada por nosotros mismos.

Esta es, en definitiva, una postura de realismo cuya participación en el diálogo -que por tanto no puede ser terreno exclusivo de subjetivistas o idealistas– se debe invocar con pleno derecho, por serlo de cada persona a adquirir conocimientos y expresar opiniones, y como he dicho particularmente en el caso de los profesores de Religión, por representar el derecho, en un campo particular, de los padres.

Llegados al punto en que conocemos su fiabilidad, cabe exponer en su forma más condensada la doctrina católica sobre la homosexualidad con este punto del Catecismo de la Iglesia católica:

2357 La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.

2. Acoger a las personas

Puede pensarse que el abanico de personas sobre cuya situación se pretende llamar la atención al hablar de LGTBIQ, diversidad o igualdad de género, va más allá de la homosexualidad a la que se refiere el citado artículo 2357 del Catecismo. Por diversas que sean las situaciones u opciones aludidas, son siempre actitudes o situaciones por las que optan o que les pasan a personas, hacia las cuales exige la Iglesia una actitud de respeto y reconocimiento basada en su dignidad común al resto de personas; es decir, la obligación de considerarlos iguales en derechos fundamentales, y en la dignidad de hijos de Dios.

El segundo ángulo del triángulo refleja la posición subjetiva de quien habla desde su obligación de transmitir los consejos de la Iglesia sobre cómo tratar a nuestros semejantes, en este caso las personas LGTBI, que la Iglesia desearía que compartieran cuantos creen en la igualdad fundamental del género humano, y que expresa otro punto del Catecismo:

2358 Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.

3. La voluntad de progreso

El punto anterior introduce algunos consejos u objetivos para las personas LGTBIQ. Y es que la acogida ya implica una comunidad de destino, lo que también explica la resistencia de la Iglesia a hablar de «personas LGTBIQ», como si tuvieran un ser o destino diferente al de los demás, o por lo que pueda implicar de ignorar que la grandeza de cada persona no depende de etiquetas.

Muchas veces se interpreta la resistencia a etiquetar a las «personas LGTBIQ», como si implicara no reconocerles ciertos derechos, o incluso como abierta homofobia. La realidad es que la Iglesia quiere ayudar a todas las personas a progresar, y que las etiquetas pueden ser un obstáculo, aunque no se coloquen para señalar un defecto. Un ejemplo fácil de comprender es el de los inmigrantes.

Existe una atención («pastoral») específica para los inmigrantes, lo mismo que otras formas de pastoral para personas en situaciones particulares. Pero a esas personas no se les atiende por ser inmigrantes, ni se les favorece ni se les discrimina por serlo. Se les atiende por ser personas y se les dedica una atención especial por la circunstancia de ser inmigrante. Pero estrictamente nadie es (primero) inmigrante, es ante todo persona, y luego está en tal o cual situación, permanente o no, deseable o no.

Ya se ha dicho en el punto anterior que la Iglesia mira la homosexualidad, y cualquier otra situación o actitud relacionada con la diversidad o igualdad de género, concretamente lo que se da en llamar «opciones sexuales», como una circunstancia que no debe nublar la realidad fundamental que nos une a todas las personas como hijos de Dios y que por tanto debe llevar a que a todos se trate con el repeto y afecto debido, incluso uno más específico y más intenso en la medida en que sea más necesario. Y precisamente evitando que etiquetar a una persona en función de «opciones» o situaciones, elegidas o no, suponga que no puedan proponérseles las mismas metas que a otros.

Este último punto se refiere al progreso que la Iglesia propone a las personas LGTBIQ. Quieran o no llevar esa u otra etiqueta y se amplíe o reduzca el número de iniciales que matizan las diversas circunstancias u opciones incluidas, la Iglesia propone a las personas LGTBIQ la misma identificación con Cristo que al resto de cristianos. A ello hace referencia el tercer punto del catecismo dedicado a ellas:

2359 Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana.

Preguntas adicionales

La coincidencia entre las tres preguntas del Catecismo y los tres focos o ángulos del triángulo -o del balancín- o bien es casual o bien es indicio de que esta figura puede usarse satisfactoriamente para responder correctamente otras preguntas sobre las supuestas exigencias escolares de las leyes referidas a las personas LGTBIQ.

La reflexión podría continuar con el propósito de agotar el tema; pero, lo mismo que hace siete siglos Ramon Llull presentó unas figuras con las que quería «hacer más sencilla, incluso atractiva, la meditación de las verdades» (así opiné en la p. 107 de El hombre que demostró el cristianismo, libro del que, si alguno quiere un ejemplar, basta con que me deje un comentario a esta entrada), prefiero dejar en manos del lector la figura del triángulo-balancín para que, aplicándola a esas cuestiones, resuelva las preguntas por sí mismo.

Santiago Mata

Madrid, 19.11.2017

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