¿Es posible que el Papa tolere o incluso defienda herejías, y que algunos piensen que por ese motivo dejaría de ser el Papa legítimo? Incluso aceptando su liderazgo, ¿deben tomar los católicos precauciones frente a algunas afirmaciones del papa Francisco, si se prueba que son, al menos, opciones probablemente falsas? Soy Santiago Mata, les doy la bienvenida al canal Centroeuropa y en este vídeo les mostraré, primero que es falso que el Papa esté proclamando herejías, segundo que, aunque las proclamara, eso no afectaría a su legitimidad y tercero que, sí, es cierto que el Papa defiende teorías morales altamente arriesgadas, frente a las cuales todos deberíamos tomar precauciones.
Voy a comenzar con el primer punto, pero por su última consecuencia. Ya sabemos que hereje es quien defiende obstinadamente una doctrina contraria a lo que la fe católica manda creer. Pues bien, aunque el Papa fuera un hereje, eso no le restaría para nada legitimidad: seguiría siendo el Papa y todos los católicos seguirían obligados a apoyarle con la oración, las palabras y los hechos, obedeciendo todas las cosas que mande que sean coherentes con la fe católica.
Este lugar que ven detrás de mí es Cesarea de Filipo, donde Jesús afirmó, refiriéndose a san Pedro: “sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Esto no significa que Dios actúe en la Iglesia sin respetar la libertad de los hombres que la forman, incluido el Papa que sucede en su ministerio a San Pedro.
Recordarán también que en este lugar, Jesús habló de la Iglesia prometiendo que “las puertas del infierno no prevalecerán” sobre ella. Las puertas del infierno es el nombre de esa cueva que se ve en la parte superior de la imagen, desde donde la mitología de la época suponía que entraba el mal en el mundo. Pues bien, sería también una ingenuidad pensar que la protección divina sobre la Iglesia significara que el Papa está a salvo de dar un solo paso en falso. Más bien al contrario, la infalibilidad es ante todo una propiedad divina, y si decimos que el Papa no puede equivocarse cuando establece como definitiva una verdad que es coherente con la enseñanza de Cristo que la Iglesia lleva 20 siglos enseñando, estamos también diciendo que, aunque se lo propusiera, no podría deformar esa doctrina hasta el extremo de hacer desaparecer la verdad: en ese sentido las puertas del infierno no pueden prevalecer.
Aunque cueste admitir que un Papa pueda contradecir las verdades de la fe, basta recordar que san Pedro, inmediatamente después de ser nombrado Papa por Jesucristo, expresó una herejía, ya que pretendió impedir que Jesús aceptara morir en la Cruz por nosotros. Es difícil imaginar una herejía más grande, y el propio Cristo le acusó en ese momento de ser Satanás y le exigió rectificar. Pero es que san Pedro cometió no solo esa herejía, sino, posteriormente y por tres veces, apostasía, al negar no una verdad de fe, sino toda la fe, y declarar que no conocía a Jesucristo.
Por tanto, quienes piensan que, en caso de caer en herejía, el Papa perdería su legitimidad, porque es imposible que un Papa se equivoque en materias graves, están muy equivocados: Jesús perdonó y mantuvo en su puesto a san Pedro; solo Dios puede destituir a un Papa, lo cual, por cierto, no significa que Él (en concreto el Espíritu Santo, como se suele decir), elija a los Papas, sino que Él acepta a aquellos que han sido elegidos conforme a la costumbre establecida en la Iglesia.
Puesto que solo Dios ha de juzgar al Papa, identificar si un Papa cae en herejía solo sirve para que cada cual se prevenga, como mejor pueda, frente a los efectos nocivos de cualquier doctrina contraria a la fe. Pero eso no disminuiría para nada la obligación de obedecer al Papa que tienen todos los católicos, dejando a salvo, como siempre, el derecho a no hacer algo que su conciencia bien formada en la ley de Dios, perciba como pecado.
A pesar de lo sucedido a san Pedro, que muestra que cualquier Papa puede caer también en los peores pecados contra la fe, es cierto que en la historia de la Iglesia no ha habido ningún (otro) Papa hereje. Del papa Honorio I, que ocupó la cátedra de San Pedro entre los años 625 y 638, se dice que defendió la doctrina herética del monotelismo, según el cual en Cristo solo existe la voluntad divina, y que por tanto no tiene una voluntad humana diferenciada. Pero no fue hasta más de medio siglo después de la muerte de Honorio I, cuando el tercer Concilio de Constantinopla proclamó como verdad de fe que Cristo tiene dos voluntades, y que por tanto el monotelismo es una herejía, de modo que en Honorio I no se cumple el requisito para ser hereje de defender una doctrina que, cuando se defiende, ya es claramente contraria a una verdad de fe previamente definida.
¿Cuál es la doctrina por la que cada vez más personas consideran hereje al papa Francisco y cómo examinar si esa afirmación es cierta o no? La doctrina es el probabilismo moral, una forma de tolerancia o laxitud en el juicio sobre situaciones de pecado, aplicado en su caso a personas en situación de pareja irregulares: en concreto, divorciados que se vuelven a casar y a los que, aplicando dicho probabilismo, se permitiría recibir los sacramentos.
Hay quien prevé que el probabilismo se quiera aplicar, aunque para esto de momento no pueda invocarse el consentimiento papal, para bendecir parejas del mismo sexo: de hecho, el arzobispo de Berlín ya lo ha hecho , en una carta firmada el 21 de agosto.
Sobre los casos concretos y quién ha acusado al papa Francisco, encontrarán detalles en el link al que lleva la descripción de este vídeo, pero aquí me centraré en la pregunta fundamental: ¿qué es el probabilismo? ¿Es una herejía? ¿Si el Papa lo sigue, significa que pretende cambiar la moral católica tal como está definida en el Catecismo?
(Las críticas al probabilismo del papa Francisco comenzaron con las dudas expresadas por cuatro cardenales el 19 de septiembre de 2016 sobre la exhortación Amoris Laetitia, y se formalizaron principalmente en la «corrección filial» publicada el 24 de septiembre de 2017, que han firmado 250 personalidades. Como doctrina, ha sido percibida también por Fernán Ramírez Meléndez, que sin embargo no la compara con la doctrina católica, y por tanto no la critica.)
Respondiendo a la primera pregunta, el probabilismo es una teoría desarrollada a partir del siglo XVI, que pretendía rebajar el rigor en la aplicación de las normas morales afirmando que las circunstancias concretas que modifican la bondad o maldad de un acto son tantas y tan imprevisibles que nunca se podrá estar seguro al 100% de que un determinado camino es el bueno. Admitiendo que hay un camino que más probablemente conduce al bien, según el probabilismo, no se puede descartar que también sea bueno o termine llegando a buen puerto otro camino que parece conducir con menos seguridad hacia el bien, y en casos extremos, incluso que directamente parece inadmisible.
Si la moral clásica asegura que la bondad del acto humano es una fuente en la que confluyen otras tres, que son la bondad objetiva del acto, la intención con que se hace, y las circunstancias, y afirma además que para que el agua de esa fuente sea sana tienen que ser buenas las tres fuentes de las que mana, el probabilismo pretende hacer pasar al primer plano las circunstancias, como si solo ellas fueran decisivas.
Por otra parte, al ser estas circunstancias muchas e imprevisibles, no podría descartarse que cualquier camino terminara por llevar al bien, de modo que en su expresión extrema el probabilismo lleva a considerar impracticables las normas morales relativas a la bondad o maldad objetiva de los actos, para prestar atención solo, como he dicho, a las circunstancias, y si es caso a la finalidad, a la buena intención. La conciencia sería así no ya la última normal moral, que aplica la norma al caso concreto, sino la única y soberana norma.
El probabilismo fue condenado en la bula Sanctissimus Dominus del papa Inocencio XI en 1679. Dicha bula condenó como falsas por su laxitud moral 65 afirmaciones de los probabilistas. Sin embargo, se suele considerar que el probabilismo como tal no fue condenado como herejía.
Al condenar el probabilismo, Inocencio XI no emplea la palabra herejía, sino que dice que esas proposiciones son “por lo menos escandalosas y en la práctica perniciosas”. Sin embargo, tras enumerar las sentencias, dice que quien las predicare, incluso quien tratara sobre ellas en privado a no ser para denigrarlas, queda excomulgado por el mismo hecho de hacerlo (latae sententiae), lo cual da a entender que se trata de un pecado muy escandaloso, y tratándose de cuestiones doctrinales, parece claro que, si en algo se diferencia de la herejía, la diferencia debe ser muy pequeña.
Veamos ahora algunas de las sentencias condenadas, para entender mejor el probabilismo. La 34 dice que se puede abortar “antes de que el feto se mueva (o esté animado) si se teme que a la chica embarazada la puedan matar o difamar”. Como se ve, las circunstancias convierten en tolerable, o sea en la práctica bueno, el acto de matar, con tal de que el feto sea pequeño y con su muerte se evite un mal para la madre: el mal que se evita es tan difuso que va de la muerte a la difamación.
La proposición número 52 dice que los pecados contra el sexto mandamiento no son graves, salvo que causen escándalo: de nuevo una circunstancia, como el pecar ocultamente, podría rebajar la gravedad sustancialmente, y se diría que de esta frase se oye aún hoy un eco cuando se denuncia que parece que a la Iglesia solo le importaran los pecados en materia sexual.
También es interesante la proposición número 60, según la cual se puede absolver a un penitente acostumbrado a pecar y del que no cabe esperar que se enmiende, pero que basta con que manifieste solo externamente su dolor y propósito de enmienda.
En la misma línea, se condena la proposición 62, que dice que no hace falta huir de una ocasión cercana (próxima) de pecado, con tal de que el no huir tenga una causa útil u honesta.
Veamos si alguna de estas frases se asemeja a lo predicado por el papa Francisco. No hay que ir muy lejos, en concreto basta escuchar lo que dijo a los jesuitas en Lisboa el 5 de agosto de 2023, cuando se lamentó de que “antes la lupa estaba puesta en el sexto mandamiento: los pecados de debajo de la cintura, esos sí eran relevantes”. Obviamente, el Papa no dice que ya no sean graves. Por tanto, el parecido con la proposición 52 recién mencionada es imperfecto.
Veamos ahora el punto 305 de la exhortación Amoris Laetitia, fechada el 19 de marzo de 2016, sobre la alegría del amor, que habla de determinadas circunstancias, a las que llama atenuantes:
A causa de los condicionamientos o factores atenuantes -dice el Papa-, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia.
¿Se parece esa sentencia a la número 60 que hablaba de absolver a un penitente del que sabemos que no va cambiar las circunstancias de su vida para evitar el pecado? El 5 de septiembre de 2016, los obispos argentinos de la región de Buenos Aires interpretaron en una declaración oficial esta doctrina del Papa afirmando que se podía admitir regularmente a los sacramentos a los divorciados vueltos a casar que sí. Al día siguiente, el papa Francisco elogió esa declaración, diciendo que “El escrito es muy bueno y explicita cabalmente el sentido del capítulo VIII de Amoris Laetitia. No hay otras interpretaciones”.
¿Apoya por tanto el papa Francisco el probabilismo? Parece claro que sus ideas son muy parecidas a las de las proposiciones 60 sobre confesar a alguien que no va a cambiar, y 62 sobre ponerse en peligro de pecar con tal de que haya algún motivo válido.
Quiero insistir ahora en dos puntos importantes: el primero, ya visto, es que el probabilismo como tal no es una herejía declarada. El segundo es que, como hemos visto, el papa Francisco, al aceptarlo, no solo evita, sino que rechaza que eso signifique oponerse a la doctrina católica. Por eso insiste en que no pretende sustituir las normas morales del Catecismo, sino dejarlas en suspenso como impracticables. Así, en el punto 502 de Amoris Laetitia incluso invoca el punto 1735 del Catecismo para reforzar esas circunstancias en las que supuestamente las normas no pueden aplicarse (dice el papa): El Catecismo de la Iglesia Católica se expresa de una manera contundente: ‘La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o sociales.
Hay que hacer notar que lo que el Catecismo señala con ese punto 1735 es que hay actos que, por defectos en el consentimiento, no son verdaderos actos humanos. Pero son excepciones, y por eso el punto 1736 del Catecismo precisa la regla de la responsabilidad inherente a los actos verdaderamente humanos:
Todo acto directamente querido es imputable a su autor.
Así pues, parece que el probabilismo, y el papa Francisco con él, al fijarse en excepciones que convierte en norma, por una parte está suspendiendo el valor de la ley, lo cual tiene un pase para las leyes humanas, pero en la moral equivale a suponer que Dios impone normas sin prever que no se van a poder aplicar.
Pero es que, además, el probabilismo no solo niega la sabiduría divina, sino también la libertad humana, al poner como norma para juzgar la conducta moral, supuestas circunstancias que hacen inimputables los actos, como si actuar bajo fuerzas supuestamente superiores, no dejara los actos del hombre fuera del ámbito de la moral -y por eso no se pudiera juzgar a un hombre cuyo consentimiento es defectuoso, como dice el Catecismo-, sino que convirtiera el mal en bien.
Una interesante objeción al probabilismo está en el artículo que Francisco José Delgado publicó en Infocatólica el 27 de agosto de 2017, alegando que todo este artilugio para dar la comunión a los divorciados, hace que el confesor o sacerdote que aconseja se extralimite convirtiendo el discernimiento en adivinación del futuro, y so capa de escudriñar “los condicionamientos que afectan a los pecados que se van a cometer” estaría finalmente otorgando un “permiso” para pecar; lo cual, de paso, implica un abuso sobre las conciencias al esclavizarlas a ese consejo que es en realidad imposible de dar.
Aunque hasta aquí he hablado del probabilismo, debo añadir que la encíclica de Juan Pablo II sobre la moral, Veritatis Splendor, de 1993, denomina en su artículo 75 consecuencialismo o proporcionalismo (nunca probabilismo) a estas teorías que despojan de valor objetivo a la moral, afirmando en el artículo 80 la existencia de actos objetivamente malos, a los que las circunstancias no pueden volver buenos. Entre ellos cita, con palabras de Pablo VI, la anticoncepción, y con palabras de San Pablo, en el artículo 81, el adulterio y las prácticas homosexuales.
Como un ejemplo reciente de que lo que propone el papa Francisco es la suspensión de la ley moral, y no su negación, podemos ver lo que afirmó el 4 de septiembre regresando en avión de Mongolia. Criticó así a los que en su opinión son demasiado rigurosos en la moral: “Defienden la doctrina entre comillas (o sea al pie de la letra), la doctrina como agua destilada, que es insípida, y no la doctrina católica del Credo”.
Nótese como, por así decirlo, para el Papa la doctrina moral parece no formar parte del credo, es algo insípido. (Ejemplo inmediato de cómo alguno ha hecho listas negras de quienes se oponen al Papa.)
El tercer y último punto a tratar, según dije, es qué puede hacer un cristiano corriente al observar que desde la más alta instancia de la Iglesia católica se anula el valor de la ley moral.
Insisto, una vez más, en que el Papa no pierde nada de su autoridad por el hecho de defender doctrinas que, sin ser propiamente heréticas, son muy probablemente falsas. No deja de ser cierto que el 95% de lo que dice el Papa, o quizá más, es sana doctrina católica que se puede y debe difundir.
Por otra parte, siempre ha sido cierto y válido que no se puede cumplir la orden de hacer el mal o dejar de difundir el bien. No cabe, frente al Papa, una actitud de rebeldía, y por supuesto tampoco de hacerle o desearle directamente un mal, aunque fuera con idea de contrarrestar una injusticia que parece proceder de él.
Pero la negación de asentimiento a una doctrina falsa siempre es una actitud correcta e incluso obligatoria, para quien sabe que la moral no depende principalmente de las circunstancias (salvo excepciones que anulan la libertad). Por tanto, nadie puede eximir a un cristiano de la obligación de formar su conciencia para conocer el bien moral al que debe aspirar, y de obedecer los mandamientos.
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Un comentario en «¿Qué pasaría si el papa Francisco fuera un hereje? Santiago Mata concluye que el papa Francisco "cree" que la moral no forma parte de la fe y que las excepciones deben convertirse en norma»