Quiero comentar la entrevista de Miguel Ángel Quintana Paz al pensador italiano Diego Fusaro para el portal The Objective sobre su libro de próxima publicación titulado “El fin del cristianismo, la muerte de Dios, el mercado global y el papa Francisco”.
La afirmación central de la entrevista, cuyo link pueden ver en la descripción de este vídeo, es la de que “El papa Francisco es el Gorbachov de la Iglesia católica”, entendiendo por Gorbachov no el reformista que abrió un sistema, como fue el comunismo soviético, a la democracia, sino como el gobernante que llevó a la ruina aquel estado, es decir, la Unión Soviética.
Antes de entrar al detalle de los argumentos que da Diego Fusaro, quiero mencionar ya a modo de valoración anticipada lo que me parece mejor y peor de las opiniones de este pensador. Lo mejor es que hable de religión, desde el punto de vista de una persona que busca la verdad, poniendo de esa forma el dedo en la que quizá puede ser la llaga más grande que actualmente tienen la mayor parte de los responsables de la Iglesia católica: la de haber dejado de defender la verdad, incluso haber dejado de hablar de Dios, con excusa de la necesidad de no herir sensibilidades.
Junto a este aspecto de Diego Fusaro que me parece positivo, y que es el de decir las verdades del barquero a la Iglesia, y por tanto, también al papa Francisco en la medida en que corresponda, que ya veremos a continuación; tiene en mi opinión Fusaro un defecto fundamental correspondiente: y es que su militancia filosófica y política le lleva a ver en la actuación del papa Francisco una rendición ante el capitalismo que provocará la muerte del cristianismo.
Se comprende así que lo compare con Gorbachov, quien al abrir el comunismo, habría provocado su muerte. Pero a Fusaro le falta la fe para admitir que el cristianismo puede fecundar el mundo, incluso el capitalismo, superándolo, y en cambio le sobra ideología al suponer que el capitalismo es igual al mal, y que en cambio el comunismo comparte la bondad de la religión cristiana.
En todo caso, Diego Fusaro es un personaje extraño por proceder de la izquierda marxista, pero defender actualmente tesis que son calificadas de neofascistas y que mezclan lo que en España encontraríamos alternativamente en populismos de izquierda o de derecha: así Fusaro critica la globalización y el capitalismo como la izquierda, pero también las vacunas, la ideología de género y la inmigración, como la derecha.
Se diferencia el pensador italiano de ambos extremos populistas españoles, y de los políticos españoles en general, en que sabe de religión y en que critica al Papa partiendo del conocimiento de esquemas religiosos: denuncia que Bergoglio no habla de Dios y que no cree en la verdad, y le acusa en consecuencia de no fomentar la armonía entre fe y razón, sino el sometimiento de la religión a las leyes del capitalismo y de la globalización.
Esta es una afirmación genérica, y habrá que ver cómo la documenta en su libro. Sin embargo, como he apuntado, se le puede objetar, en general, que el hecho de que el papa Francisco no combata directamente el error, reafirmando la verdad, no significa que comparta la negación de la verdad.
Entrando en lo concreto, en el minuto 12 de la entrevista, Fusaro dice que el papa Francisco no es populista, sino Papulista, y lo define diciendo que dirige su discurso a los que no son cristianos (argumentando con que tiene que salir en busca de la oveja perdida). Fusaro dice que esta apertura es la que propugnaba el Vaticano II y que no aporta nada al cristianismo, que de esa manera se esfuma.
Fusaro obliga a quienes se acercan a sus tesis a llegar al extremo de afirmar que Bergoglio en realidad no es Papa, ya que lo era Ratzinger, punto en el cual el entrevistador le hace caer en la cuenta de que se está identificando con lo que llama tradicionalismo radical, incluso sedevacantismo.
A esto Fusaro responde que él no es cristiano, sino hegeliano, pero que cree en la verdad y afirma que Ratzinger no renunció a ser papa: Fusaro decide por su cuenta no reconocer al papa el derecho a renunciar y más en concreto a mandar que se elija un sucesor: pero me parece obvio que para admitir esto hay antes que admitir no que Ratzinger fuera el Papa, sino que Fusaro es el Papa, o incluso que tiene un poder, el de decidir qué es verdad, superior al del Papa.
Más allá del aspecto jurídico de lo que afirma Fusaro, que obliga a elegir entre él y todos cuantos legislan sobre derecho canónico, el fondo de la cuestión aparece cuando Fusaro afirma que Benedicto XVI renunció no para dar un paso atrás, sino para dar un paso al lado y seguir oponiéndose al liberalismo y a la “globalización financiera”.
El entrevistador, sabiamente, reprocha a Fusaro que esa opinión resulta contradictoria con la realidad de que, al retirarse, Ratzinger tendría menos poder y que, de hecho, no ejerció desde su retiro ninguna oposición al papa Bergoglio. Incluso le hace ver que un papa sensato como Ratzinger no habría planificado dejar a su muerte a la Iglesia en estado de sede vacante permanente, como sería si no se pudiera percibir que Bergoglio no es el auténtico papa.
Fusaro hace una reflexión interesante, aunque parece fuera de lugar: la de que el capitalismo hedonista, lo que él llama turbocapitalismo, es incompatible con la religión y luchará para destruirla por completo. La Iglesia tendría que elegir entre luchar, volviendo al martirio y a las catacumbas, o someterse.
Fusaro prefiere la primera opción, lo que expresa citando al cineasta Pasolini, quien deseaba ver al papa y a los cristianos unidos a los marxistas en lucha contra el poder. La segunda opción, la de diluirse en la sociedad, sería la de Bergoglio, y según Fusaro sería una opción suicida.
Afirma luego Fusaro que en Italia hay varios grupos, que para él representarían el cristianismo verdadero, que han pasado poco menos que a la clandestinidad y no aceptan lo que él considera como rendición de Bergoglio.
Fusaro cita una entrevista de 1969 en que Ratzinger imaginaba un futuro en que los sacerdotes serían asistentes sociales. Pero esto solo significa que Ratzinger preveía la crisis del sacerdocio, De ahí a suponer que por ese motivo urdió un plan oculto de resistencia y que lo aplicó al dimitir como papa, resulta un poco complicado. Prever, eso sí, que la sana doctrina permanecerá en un núcleo reducido, es lo que siempre se ha conocido como “el resto de Israel”.
Pregunta el entrevistador si un futuro cónclave podría dar de nuevo el poder a esa corriente de resistencia, pero Fusaro no contempla esa opción, porque presupone que todo el sistema habría quedado desautorizado por Ratzinger, lo cual es poco menos que alabar al papa germano por crear una Iglesia paralela y renegar de dos mil años de historia.
Ante una pregunta del entrevistador sobre quién puede orientar doctrinalmente hoy día a los católicos (y estamos ya en el minuto 30 de la entrevista). Fusaro critica el relativismo, el cosmopolitismo, e incluso la Unión Europea, pero no da respuesta, más bien indica que no ve solución al cristianismo, ya que insiste en que él es hegeliano y que para Hegel la respuesta estaba en que Dios bajaba del abstracto a lo concreto al identificarse con lo creado, lo cual para un cristiano sería un proceso absurdo y panteísta, que identifica a Dios con el mundo.
En este contexto, emplea Fusaro una frase muy hegeliana, y también muy marxista: la de que la verdad está en el proceso. Casi podría decirse que resulta extraño que lo haga al mismo tiempo que critica a Bergoglio supuestamente por carecer de una verdad que defender frente a un mundo en continuo cambio. Fusaro, al menos, critica a los descendientes de la izquierda hegeliana por despreciar la religión, si bien afirma, con la derecha hegeliana, que la filosofía es una fase superior respecto a la religión, con la que en el fondo se identifica.
Citando a Bloch, a quien califica como el marxista que mejor ha entendido la religión, Fusaro puede permitirnos concluir que él mismo no es exactamente un analista de la religión, sino que trata de meter al catolicismo dentro de sus categorías preexistentes. Dice Fusaro que para Bloch había un cristianismo servil al poder, y pone como ejemplo de esto que llama corriente fría, a Lutero, que, según Fusaro, “invitó a los príncipes a matar a los campesinos”. Con evidente exageración incluye el pensador italiano dentro de esta corriente al papa Bergoglio, por justificar la globalización.
La corriente que Fusaro llama caliente sería la que justifica, en cambio, la revolución. Pero, claro, habría que ver cómo identifica Fusaro esta corriente con el papa Ratzinger, que fue el responsable, durante el papado de Juan Pablo II, de corregir las desviaciones doctrinales de la llamada Teología de la liberación, que aplaudía precisamente a los movimientos llamados revolucionarios.
Argumenta el entrevistador que también el papa Francisco ha criticado el mercado, a lo que Fusaro dice que el Papa solo critica el capitalismo de forma teórica, ya que no apoya las tendencias que realmente lo combaten, y en concreto el populismo. Así pues, el autor que comenzó criticando a Bergoglio como papulista por descuidar la atención a los cristianos, le critica ahora porque no apoya los populismos políticos que fomentan la soberanía nacional contra el capitalismo: es decir, el neofascismo por la derecha y el comunismo por la izquierda.
Por último, explicando el título del vídeo (que no el del libro que, recordemos, es El fin del cristianismo, la muerte de Dios, el mercado global y el papa Francisco), afirma Fusaro que cuando compara al papa Francisco con Gorbachov no es para elogiar su reformismo sino para criticar que provocó el fin del estado que quería reformar, es decir, de la URSS, algo que Fusaro considera la mayor tragedia de la segunda mitad del siglo XX.
Augura Fusaro que Bergoglio está destruyendo la iglesia como Gorbachov destruyó el comunismo. En este punto, desde luego, me parece que fuerza de nuevo la realidad, aunque solo sea porque la destrucción de la URSS y supuestamente del comunismo me parecen sucesos positivos.
La reflexión final de Fusaro es que la Iglesia y el comunismo se equivocaron al hacerse la guerra en el siglo XX, porque el enemigo mortal de ambos era el capitalismo. Me parece, de nuevo, que estas afirmaciones son un gravísimo error, ya que el comunismo ha perseguido y odiado a la Iglesia, pero no al revés, la Iglesia siempre busca la paz. Del mismo modo, me parece igualmente erróneo ignorar que dentro del capitalismo no solo es posible sino más fácil respetar al cristianismo que dentro del comunismo: la Iglesia siempre debe defender la libertad y esta es imposible en el comunismo.
Por eso mi comentario final es a la vez una advertencia frente a lo que podemos llamar sin miedo neofascismo: estas actitudes de personas que se adhieren a la filosofía de la derecha hegeliana, es decir, la de los nazis, neonazis, fascistas y neofascistas, a pesar de su aparente defensa de la religión, están siempre dentro de una filosofía inmanentista que niega el valor de la religión, y como vemos en el caso de Fusaro, en el fondo reconocen como hermanos a los comunistas y, como ellos, niegan la libertad al hombre.
El capitalismo ha llegado a extremos asfixiantes, pero estos no justifican abrazar el comunismo y el neofascismo como remedios. Fusaro considera a Bergoglio demasiado complaciente con el capitalismo y le gustaría que lo fuera con los populismos, tanto internacionalistas como nacionalistas. Pero el que esa supuesta preferencia política del Papa condene a muerte al cristianismo me parece, incluso si fuera cierta, una conclusión más que exagerada. Se agradece esta preocupación por la Iglesia desde la política, pero habría que añadir la fe para confiar en que Dios no dejará que la Iglesia se suicide, como Fusaro teme. Agradeciéndoles su atención, se despide Santiago Mata.