En primer lugar, haré una aclaración importante, y es que los alemanes a quienes aquí me refiero no son todos los alemanes, ni siquiera todos los alemanes de la Iglesia católica, sino aquellos que han impulsado el llamado Camino Sinodal alemán, más conocido como Der Synodale Weg o Synodalerweg a secas.
Pues bien, la prueba de que estas personas han perdido la fe es que las tres peticiones en que se condensa todo el trabajo del Synodalerweg van contra la esencia de las creencias católicas: la pretensión de ordenar sacerdotisas a mujeres va contra el hecho de que pueda haber verdades de fe objetivas y permanentes, o sea dogmáticas; la pretensión de equiparar las uniones homosexuales al matrimonio va contra la existencia misma de una moral igualmente fija y objetiva; y en tercer lugar la pretensión de que el poder en la Iglesia sea controlado por los laicos va contra la estructura jerárquica del catolicismo, es decir, niega el mismo hecho de que Dios se haya hecho hombre y haya encargado la transmisión de la gracia en su Iglesia a los sucesores de los apóstoles.
Y si, tal como prometo en el título del vídeo, queremos indagar por la causa de esta desaparición de la fe entre tan gran número de personas en Alemania (y en otros países de Europa occidental), mi conclusión es que se debe al abandono del recurso a los cauces de la gracia, los sacramentos, y muy en particular el sacramento de la confesión, por parte de los pastores antes que del pueblo fiel. Y es que el abandono de la práctica penitencial condena irremisiblemente a la desviación doctrinal y la pérdida de la fe.
Entre las personas que han querido prestar su opinión para este vídeo, cito aquí a Óscar Vergara, de La Coruña, quien menciona tres causas de esta pérdida, de la fe, a saber, “opulencia, protestantismo y soberbia”; en cuanto a la opulencia, señala que “es difícil compatibilizar la austeridad que requiere la vida de la fe con la riqueza”; y las otras dos causas serían más importantes, derivadas de “la inevitable contaminación del catolicismo con el protestantismo. Paradójicamente -dice Óscar Vergara- esta doctrina protestante de sola fides lleva a la pérdida de la fe, ya que me permite incluso descuidar a Dios. Pero dejar de practicar implica un enfriamiento de la fe y, finalmente, la pérdida de ésta”.
Además de en este espectador coruñés que ha querido contribuir a la explicación, para ampliar la opinión referida acerca de la opulencia, haré hablar aquí a esta inteligencia artificial a la que llamaremos Cunegunda, en honor de santa Cunegunda de Luxemburgo, esposa del emperador alemán Enrique II, rey y emperador de los romanos (léase del imperio germánico) y rey de Italia, que será sin duda una óptima intercesora para hablar de estos eventos que parecen enfrentar a los que dominan la Iglesia en Alemania y al Vaticano.
Lo que me gustaría pedir a Cunegunda en concreto es que nos explique una peculiaridad de la Iglesia en Alemania. Se trata del impuesto con que se financia la Iglesia, y luego me referiré a la compleja forma de elegir los obispos en Alemania. Bienvenida al canal Centroeuropa, Cunegunda.
Hola, Santiago y espectadores todos del canal, les mando un saludo.
Por favor, Cunegunda, háblanos de la financiación de la Iglesia en Alemania mediante el llamado Kirchensteuer o Impuesto eclesial.
En Alemania (y también en Austria, y en distinta medida en Suiza, es decir, en casi todo el ámbito centroeuropeo de lengua alemana) existe un impuesto discriminatorio que graba solo a las personas que se declaran miembros de una confesión religiosa, es el llamado Impuesto eclesiástico.
El impuesto eclesiástico es discriminatorio porque implica que los creyentes pagan más impuestos que los no creyentes: hasta un 9% del total del impuesto sobre la Renta.
En Italia o España, los impuestos que financian a las Iglesias no son discriminatorios: pagan todos los ciudadanos, y después cada uno elige si su parte de ese impuesto que todos destinan a beneficencia, irá a una entidad religiosa. En Italia, el impuesto religioso supone el 8 por mil del impuesto de la Renta, y en España el 7 por mil. Los creyentes pagan igual que todos, y ese impuesto no supone ni la décima parte de lo que pagan quienes están sometidos al Impuesto eclesial germánico.
Muchas gracias, Cunegunda. Aprovecho para animar a los espectadores a colaborar con el canal, como ha hecho Óscar Vergara desde la Coruña, o simplemente suscribiéndose al Boletín de Centroeuropa a través del link que encontrarán en la descripción de este vídeo.
El impuesto eclesiástico alemán tiene como consecuencia que las Iglesias son muy ricas y que el poder de decisión sobre el dinero está en las diócesis y no en el Vaticano. Las Iglesias de Alemania escapan por completo al control económico del Papa, son de hecho independientes.
El segundo aspecto a que quiero referirme, relacionado con el anterior, es el nombramiento de obispos. Mientras que en la mayoría de naciones, los Estados y las propias iglesias locales han renunciado a ejercer presión sobre el Papa, en Alemania el derecho del Papa a elegir los obispos se ve condicionado, ya que o bien tiene que presentar él una terna, es decir tres nombres, entre los que el capítulo catedralicio de cada diócesis elige al obispo o, peor aún, en el caso de Baviera son las autoridades diocesanas las que presentan una terna, y el Papa debe elegir como obispo a uno de los tres que le presentan.
Para colmo, en el Camino Sinodal alemán del que a continuación hablaremos más, se tomó la decisión de implicar a los laicos en la elección de obispos, aunque de momento solo se ha llevado a cabo en la diócesis renana de Paderborn.
La revolución propuesta por el Camino Sinodal alemán (al que me referiré con el acrónimo CSA) es la misma pérdida de fe que pretendió hace más de un siglo el Modernismo y que va mucho más allá de la revolución protestante, aunque se comprende que surja en el mismo país donde había arraigado la afirmación del criterio personal de la “sola fides” y la “sola Scriptura”, que sometía la Palabra de Dios y la fe al criterio individual.
El estudio de las personas que organizaron el CSA, tanto dentro del Comité central de Católicos Alemanes (ZdK) como de la Conferencia Episcopal alemana (DBK) seguramente permitirá descubrir las conexiones que han dado lugar al arraigo de semejante pseudoteología relativista.
¿Quién ha promovido el “cambio” y por qué motivos?
El presidente de la DBK y obispo de Limburgo, Georg Bätzing, da pistas sobre lo sucedido en una entrevista a un medio de comunicación español, Omnes, al ser entrevistado por José García en la página 8 del suplemento en alemán que ese medio publicó en febrero de 2023. Ante la afirmación de que el cardenal Ouellet, prefecto del dicasterio vaticano para los obispos, habría hecho responsables de esta deformación a un grupo de teólogos que súbitamente se habrían hecho con una posición dominante, el presidente de la DBK afirma que el deseo de democratizar la Iglesia, y por tanto de acabar con su estructura jerárquica y en definitiva con el poder episcopal, habría sido mayoritario entre los obispos alemanes desde la década inmediatamente posterior al fin del Concilio Vaticano II.
La respuesta de Bätzing exonera a los laicos del ZdK de toda responsabilidad en la gestión del CSA, del Camino Sinodal, ya que asegura que fueron los obispos alemanes, o sea la DBK, quienes tuvieron que convencer a dichos laicos del ZdK en 2019 para que aceptaran “acompañarles” en el camino sinodal, a condición de tener un peso igualitario, para resolver la cuestión de los abusos a menores.
A su vez, Bätzing parece querer exonerar de protagonismo a los actuales miembros de la DBK (Conferencia Episcopal) al afirmar que los mismos temas que ahora ha planteado el CSA “estaban sobre la mesa” del Sínodo de Wurzburgo, es decir de las reuniones mantenidas por la DBK entre 1971 y 1975, y que según Bätzing, “desgraciadamente no fueron tratadas después por Roma”.
De esta forma, el presidente de la DBK echa la culpa al Vaticano de todos los problemas de la Iglesia en Alemania, que ya no serían los abusos a menores allí cometidos -que a su vez fueron el señuelo para atraer a los laicos y que asumieran las responsabilidades y tareas que corresponden a los obispos-, ya que textualmente dice Bätzing en esa entrevista que el reto de la Iglesia es la apostasía (de quienes ya no quieren seguir pagando el impuesto religioso).
El que la iniciativa, tanto en 1971 como en 2019, surgiera de los obispos, no debe distraer de la finalidad esencial de la supuesta reforma de la Iglesia en Alemania, que el Camino Sinodal considera como salvadora, y que no es otra que la toma del poder por los laicos, llamada democratización: en el caso del Sínodo de Wurzburgo, que fue llamado también Concilio alemán, se trataba supuestamente de sacar las conclusiones del Concilio Vaticano II, según pedía desde 1968 un grupo llamado Catolicismo Crítico, amparado por Heinrich Tenhumberg, que participó en el Vaticano II como obispo auxiliar de Münster.
Tenhumberg, que llevaba las relaciones de la Conferencia Episcopal (DBK) con el Parlamento, propuso como tema central de aquel sínodo la democratización de la Iglesia y para ello estableció que las reuniones no fueran solo de obispos, sino de estos junto con el entonces recién creado Comité Central de Católicos (ZdK).
La rectitud doctrinal de Tenhumberg no estaba en entredicho, de hecho fue el primer obispo que en Alemania prohibió enseñar a un teólogo, Horst Herrmann (en 1975) porque sus tesis contradecían las de la Iglesia. En cambio, tras publicarse en 2022 los estudios encargados por la diócesis de Münster a fuentes externas a la Iglesia acerca de los abusos sexuales cometidos entre 1945 y 2018, la capilla donde está enterrado el obispo Tenhumberg se cerró al público, colocando un aviso que acusaba al difunto obispo de “errores intensos”, y se borró el nombre del obispo de una fundación y de una calle en su localidad natal.
Preguntémonos ahora si ha cambiado la actitud de Francisco frente al cisma
El papa Francisco ha pasado de la sorpresa ante el peligro del cisma (manifestada en su carta del 29 de junio de 2019), a una crítica ácida o irónica, que no parecía tomarlo en serio (el 14 de junio de 2022 cuando afirmó que ya hay una “muy buena” iglesia evangélica alemana y no hace falta otra; o el 25 de enero de 2023, al criticar el supuesto elitismo del CSA). Pero, finalmente, ha dado a la gestión de este problema una prioridad absoluta.
Parece que el cisma es altamente probable y que por tanto la mejor manera de mantener en el catolicismo a la mayoría de los católicos alemanes sería expulsar de la Iglesia cuanto antes a quienes profesan las doctrinas del CSA: es decir, no darles la razón en ningún punto.
Dado que las exigencias del CSA se ejercen desde el poder y pretenden mantenerlo (y con él el dinero que recibe la DBK de los impuestos), darles la razón o apaciguarlos no haría más que aumentar su fuerza y permitirles acaparar cargos y dinero para el momento de la ruptura.
El retraso del Vaticano en formalizar esa ruptura puede tener varias motivaciones: una de justicia humana y religiosa, que sería agotar las vías del diálogo para que nadie pueda argumentar que le han echado cuando él aún se consideraba católico. Se entiende así la insistencia de la cabeza visible de la rebelión, el obispo de Limburgo y presidente de la DBK, Georg Bätzing, en afirmar que él está muy a gusto siendo católico.
Mientras tanto, cada cesión ante las exigencias del CSA, como la de la bendecir parejas homosexuales -con todos los matices que pretenden aclarar que no se aprueba la causa de esas uniones-, supone una presión añadida para el resto de los católicos, que no entienden que se les impongan puntos de vista equívocos.
Aunque esto aumente el riesgo de cisma por el lado tradicionalista, muchos observadores opinan que estos cismas son menos graves, ya que al permanecer fieles en la doctrina, los tradicionalistas solo justifican su separación en los supuestos errores del Papa, y parece garantizado su futuro regreso o al menos cierta unión con Roma.
Un segundo motivo para no precipitar el cisma, y siempre dentro de la misma óptica conservacionista, es confiar en que la vigencia del Concordato entre la Santa Sede y el régimen nazi, firmado en 1933, permita al Vaticano despojar al CSA del control de la Iglesia en Alemania cuando la ruptura sea inevitable.
La vigencia de este concordato fue reconocida por la Ley alemana sobre las Relaciones con la Santa Sede de 1957, y así la voluntad de Hitler, al establecer un impuesto religioso que discriminaba a los católicos, podría ser al final la que resuelva este conflicto.
Si el Vaticano tuviera garantías de controlar el dinero procedente de ese impuesto, podría dejar en el paro a todos los funcionarios que no sean fieles a la doctrina católica, pero hasta ahora nunca ha ejercido tal derecho al margen de la Iglesia en Alemania y menos contra ella.
No parece que el Estado alemán quiera tomar partido de forma radical si los perjudicados fueran solamente ciudadanos alemanes rebeldes a Roma. Por tanto, al Vaticano no le interesa precipitar una decisión que probablemente solo confirmaría que cada diócesis seguirá cobrando el impuesto a los católicos, obedezca o no a Roma.
Fuera de esta óptica conservacionista, podría existir una explicación de por qué se mantiene una negociación infructuosa. Sería la de que el papa Francisco hubiera renunciado por completo a corregir errores en la Iglesia y pensara que su función es la de mantener una unidad meramente formal.
¿Hay algo en lo que Francisco no esté dispuesto a ceder?
Puesto que los alemanes nunca han afirmado que quieran crear una nueva Iglesia, el Papa no se atrevería a expulsarles; y por supuesto, aún menos a condenarles.
Esta opción parece ir en la línea de la moralidad probabilista que durante mucho tiempo estuvo afincada en la Compañía de Jesús: lo cual no significa que el papa Francisco la comparta expresamente.
Según el probabilismo, en toda situación humana existe una posibilidad de cambio a mejor, y por tanto ninguna situación debería ser calificada como de pecado. Como las circunstancias en que cada persona vive son imposibles de evaluar exactamente, toda la ley moral en conjunto quedaría suspendida o al menos supeditada al “discernimiento” que cada persona hiciera del bien o del mal que tiene probabilidades de alcanzar.
Los textos más conflictivos del papa Francisco -Amoris laetitia, etc.- hacen referencia a formas de discernimiento compatibles con este tipo de moral, del mismo modo que la declaración Fiducia supplicans que permite bendecir a parejas homosexuales o de divorciados, evita hablar de situaciones de pecado o de la gracia santificante, de su pérdida por el pecado mortal o de su recuperación mediante la conversión y la penitencia.
A pesar de sus ambigüedades, todos estos textos pueden leerse en conformidad con la tradición de la Iglesia, sin negar la doctrina de la gracia, entendiendo las innovaciones pastorales y la omisión de referencias a la gracia santificante o a la conversión, como un deseo de no exacerbar a quien ya está de por sí poco dispuesto a aceptar una corrección.
En definitiva, la postura oscilante del Vaticano respecto al CSA parece seguir la consigna de satisfacer las exigencias de los herejes, pero sin hacer afirmaciones heréticas, dejando mientras sea posible a los alemanes la decisión de romper la cuerda.
El hecho de que su esencia el CSA exija cambiar la estructura jerárquica de la Iglesia (so capa de dignificar a la mujer, a los laicos, etc.), explica que el papa Francisco haya tratado de sacar la discusión fuera del campo teológico, haciendo concesiones que no afecten al dogma (como la de las bendiciones) a cambio de que se acepte como único punto indiscutido el poder del Papa.
Todo esto supone enfocar la cuestión como una mera rebeldía disciplinaria; sin embargo, una mirada más profunda, como la del difunto papa Benedicto XVI, quizá nos permita descubrir un daño más profundo y una propuesta de solución más allá de la mera aceptación de un mando único en la Iglesia.
La opinión de Ratzinger y la práctica de los sacramentos
Como he mencionado en el vídeo que resume la crisis del Opus Dei “sin rollos jurídicos”, Benedicto XVI consideraba que el Vaticano II no definió con suficiente claridad que lo esencial del sacerdocio fuera el poder de renovar sacramentalmente el sacrificio de Cristo, y de esa forma creció la opinión de que la misión del sacerdote es más la de meditar la palabra de Dios que la de celebrar el culto. Si el sacerdote es solo o ante todo un predicador o enseñante, su diferencia con el resto de bautizados se difumina.
Si se olvida la dualidad trascendental, querida por Cristo, entre la Jerarquía que administra la gracia, y el pueblo fiel que la recibe, se confunde la llamada a la santidad con una llamada a la actividad eclesial: el sacerdote podría alcanzar una mayor santidad porque hace cosas en la Iglesia, y estaría siendo injusto si privara a los laicos de la capacidad de ejercer esas actividades, ya fueran de gobierno, enseñanza o a última hora también de administración de sacramentos.
La dualidad trascendental entre jerarquía y pueblo, no supone aspirar a fines distintos, sino la conciencia de que unos a otros nos necesitamos en la Iglesia, y unos a otros nos santificamos, pero no con las mismas actividades. Al diluir la frontera entre las misiones de la Jerarquía y de los laicos, paradójicamente, se deja de aspirar a la santidad y solo queda como aspiración el activismo.
El igualitarismo va por tanto más allá incluso que el principio de la “sola fe” luterano. Y así la buena intención con que se quiso compartir el poder y democratizar la Iglesia después del Concilio llevó en Alemania a desnaturalizar a los laicos, convirtiéndoles en “supersacristanes” o “minicuras”.
En el contexto de su intento por rectificar a los alemanes es como entiendo yo que el papa Francisco haya querido escenificar lo que parece un “castigo ejemplar” tomando una víctima inocente, que no es otra que la institución católica que apareció con la misión de mostrar a los laicos cómo llevar a cabo la aspiración a la santidad: el Opus Dei.
En el Opus Dei se afirma que “los curas no mandan” porque la misión de los sacerdotes es santificar s los demás (y a ellos mismos) mediante la administración de los sacramentos. Los laicos se autogobiernan y se enseñan unos a otros la doctrina, siempre bajo la supervisión de la Jerarquía. Y puesto que decir Jerarquía en la Iglesia es hablar de poder episcopal; para preservar la identidad sacerdotal de dicha Jerarquía, también en el Opus Dei los puestos claves de gobierno que se relacionan con la Jerarquía estaban en manos de sacerdotes, pero solo esos puestos.
Parece que para el papa Francisco, existiera la posibilidad de comparar la situación del Opus Dei, donde “los curas no mandan” más que lo imprescindible, con la toma del poder jerárquico que ha tenido lugar en Alemania. Y por eso el Papa ha decidido asimilar el Opus Dei a una asociación clerical en la que se pretende que no hay poder jerárquico, y donde los laicos no podrán ser miembros de pleno derecho, es decir, no podrán mandar, contradiciendo ese principio esencial de que en el Opus Dei “los curas no mandan”.
El Papa parece pretender así aclarar la confusión ocurrida en Alemania. Pero en mi opinión no lo logrará mientras no se comprenda que lo esencial de la estructura jerárquica de la Iglesia no es el centralismo del poder en torno al Papa, sino que todo apunte a proteger y fomentar la distribución de los sacramentos, como fuentes de la santidad en la Iglesia, y que el Papa es solo quien garantiza que eso no deje de suceder.
Si las diferencias entre sacerdotes y laicos se han desdibujado en Alemania es porque los laicos han dejado de necesitar la actividad sacramental. Y han dejado de valorarla porque buscan otras cosas en la Iglesia, esas a las que los propios sacerdotes han dado prioridad, como si su ejercicio fuera más importante que administrar los sacramentos.
En Alemania, no es que la gente haya dejado de asistir a misa, que también, sino que antes abandonaron la confesión. Al abandono de la misa hacían referencia Bauer y Thielmann en 2021 en Die Zeit, comparando la práctica religiosa en 1963, cuando asistía a la misa dominical el 53% de los católicos, mientras que sólo el 9% de los protestantes asistía a sus servicios religiosos, con la situación tras el paso del coronavirus, cuando solo iba a misa dominical el 9% de los católicos y entre los protestantes sólo asistía a los servicios el 3%.
Al señalar los abusos sexuales como el mayor crimen cometido dentro de la Iglesia, se dice una verdad. Pero cuando se pone como remedio que los laicos controlen a los obispos, se está olvidando que la Iglesia tiene otro remedio para combatir el pecado: la confesión.
En 2015, las preguntas que se plantearon desde Roma para preparar el Sínodo sobre la Familia, revelaron que la mitad de los sacerdotes alemanes se confesaba como máximo una vez al año o había dejado por completo de recibir ese sacramento.
Con un presupuesto anual de 7.000 millones de dólares por entonces, a la Iglesia más rica del mundo no parecía preocuparle que la mitad de sus ministros no cumpliera con el precepto elemental de confesarse una vez al año (uno de los cinco mandamientos de la Santa Madre Iglesia), pero en cambio, desde 2012, presionaba a los apóstatas que dejaran de pagar el impuesto anual prohibiéndoles recibir los sacramentos de la confesión, la comunión, la confirmación, la unción de enfermos o que se les enterrara según el rito católico.
En contraste con esa dureza con los que no pagaban, la Iglesia alemana abogaba abiertamente, entonces por boca del cardenal Kasper, para que se les diera la comunión a los católicos divorciados, siempre que pagaran, claro.
Cuando se abandona la confesión, se olvida el remedio del pecado y se termina por negarlo. Sin sacramentos, la vida de la Iglesia es una actividad, todo lo enriquecedora que se quiera, pero en la que ya no es protagonista la gracia ni el sacerdocio que permite que esta llegue a todos. Y si no se busca al sacerdote por aquello que le es exclusivo, hasta él se aburre de lo que hace y no es extraño que lo quiera compartir y delegar, cuando no abandonar.
Los obispos alemanes (salvo cuatro honrosas excepciones sobre el total de 27 diócesis) aceptan compartir con los laicos el poder jerárquico y creen que así revivirá su Iglesia. De esta forma, están aceptando que la crisis, como apuntaba Benedicto XVI, versa sobre el sacerdocio.
El papa Francisco confesó al inaugurar el Sínodo sobre la Sinodalidad, que los obispos en realidad querían que el Sínodo tratara sobre el sacerdocio. Y aunque se llamó (y llamará aún hasta octubre de 2024) Sínodo sobre la Sinodalidad, versa sobre el sacerdocio, ya que trata de disimular el caos sinodal de Alemania. ¿Conseguirá frenarlo? Opinen ustedes. En mi opinión, pocas cosas podrán cambiar si no se recupera la práctica de los sacramentos. Y para recuperarla, primero hay que valorar a quienes los distribuyen.