¿Son ustedes de los que piensan que al papa Francisco le cae muy mal el Opus Dei, y que por eso ha equiparado, el pasado 8 de agosto, la Prelatura personal con una asociación clerical, dejando de esa forma fuera de la institución al 98% de sus miembros que son laicos? Pues si piensan eso han de saber que están muy equivocados, que el Papa Francisco ama sinceramente al Opus Dei y la labor que hace en la Iglesia, pero que ha tomado la decisión de cargarse jurídicamente la prelatura, ciertamente, eso es verdad, se la ha cargado porque piensa que esa es la única forma de salvar a la Iglesia frente a un cisma inminente.
Aquí un añadido y más abajo el resto del texto de vídeo: Quizá resulta exagerado decir que los laicos son descartados automáticamente. Lo que se discute no es la naturaleza secular o clerical, claro que sería problemático si se pretendiera atacar la secularidad y volver religiosos-consagrados a los laicos; cuando se habla aquí de clero se entiende clero secular, y en eso no hay cambio.
Lo que está en juego es la naturaleza jerárquica o carismática de una institución (no tendría por qué oponerse, es la postura del Opus Dei, pero eso no se quiere admitir): si tiene poder en la Iglesia.
Entiendo que el Papa quiere dejar sentado que solo un grupo de personas, los obispos diocesanos, tienen auténtico poder jerárquico, todo lo demás son carismas, es armar lío, cantar y bailar, o santificar el trabajo si quiere, pero que no pretendan meterse en la jerarquía.
Toda esta operación la entiendo como una negación del carácter jerárquico de la prelatura. Así que si he remarcado que parezca quedar de lado el laicado de la prelatura, era más bien para decir que preocuparse por eso es luchar contra molinos de viento: una vez que asumáis que no mandáis ni formáis parte de la jerarquía -sería la postura papal-, organizaos como queráis.
Resulta poco laical que los laicos, y sobre todo las laicas, estén en una institución asimilada a una asociación clerical. Pero, insisto, lo importante no es el adjetivo clerical, sino el sustantivo asociación: aceptar que los carismas son asociativos. Claro que para el Opus Dei venía muy bien formar parte de la jerarquía ordinaria para que se viera que forma parte del plan de Dios para la Iglesia… Pero el Papa no lo entiende así.
En la práctica, entiendo que se puede dejar sobrevivir la Prelatura, pero con formas (y reglas) absolutamente asociativas, donde los compromisos se adquieren sin formalidades jerárquicas. Todo podrá continuar como ES, a nadie se le puede negar el derecho (asociativo) de vivir unas normas y costumbres junto con un grupo de personas a las que se asocia… En cambio, mantener a laicos, y sobre todo mujeres, en una Prelatura asimilada a sociedad clerical, cuando la doctrina que los miembros de la Obra han desconocido, pero era mayoritaria en derecho canónico (y que ahora el Papa rubrica), consideraba a las prelaturas cosa de curas, equivaldría a rebelarse contra lo que se pide.
Es mejor que se queden en la prelatura los curas y seminaristas y que los laicos se integren en una asociación a cuyo servicio estén los curas. Si no se entiende dentro de la Obra como una ofensa al fundador y al beato Álvaro, se podría incluso disolver la prelatura y dejar la asociación clerical (Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz), en la línea de lo que ha dicho el prelado: los laicos son la razón de ser y son miembros vocacionales de esta FAMILIA SOBRENATURAL, que incluye una prelatura, pero que sería un estorbo si la gente entiende que los laicos están al servicio de los curas.
(A continuación, el resto del texto del vídeo.)
Soy Santiago Mata, este es el canal Centroeuropa, y espero poderles explicar en este vídeo uno de los mayores enigmas de la actualidad de la Iglesia católica. Para empezar, pueden ustedes alegar que da la impresión de que al papa Francisco no le gustan ni el Opus Dei ni otras muchas instituciones consideradas conservadoras, tradicionales, apegadas a la doctrina de siempre, y no digamos aquellos que quieren celebrar la misa según el rito antiguo. Aparentemente, el papa estaría tratando de dar a la Iglesia católica un giro progresista, permitiendo o incluso forzando cambios radicales en la moral y la doctrina.
Pues bien, son ustedes muy libres de opinar eso, pero aquí les voy a mostrar cómo lo que pretende el papa Francisco es una cosa bien distinta. Les concedo, eso sí, que el papa Francisco tiene una muy mala estrategia de comunicación y no sabe, o no quiere, o le da igual, explicar lo que pretende, y no le importa, o quizá le resulte interesante, que se difundan teorías falsas sobre lo que en realidad pretende, pues a fin de cuentas, si la gente está distraída combatiendo contra molinos de viento, nadie, o menos gente, le estorbará en la consecución de su propósito.
¿Y cuál es este propósito? Como he dicho, evitar un cisma. ¿Pero qué es un cisma? Ante todo, una separación por desobediencia: un desprecio al poder que Dios, Jesucristo, ha dado al Papa, y al conjunto de la jerarquía católica, para dirigir su Iglesia. ¿Dirían ustedes que actualmente la Iglesia católica está dirigida y en perfecta sintonía con la Jerarquía?
Para que entiendan la pregunta, me voy a dirigir ahora a aquellas personas que frecuentan más la Iglesia, a los que se consideran católicos practicantes. ¿Piensan ustedes que la mayoría de las personas más activas en la Iglesia simplemente acuden a su parroquia, o piensan que además forman parte de algún grupo o movimiento eclesial?
Seguramente, si conocen la Iglesia católica, sabrán que la mayoría de los católicos practicantes están de algún modo asociados a algún tipo de movimiento eclesial que les arropa, anima, acompaña o, y aquí está la palabra clave, dirige desde el punto de vista espiritual: la dirección espiritual se ha convertido en una expresión peligrosa, porque, no se sabe cómo, en la Iglesia se ha llegado al convencimiento de que ejercer influencia sobre las conciencias es algo maligno o, en todo caso, que debe ser estrictamente supervisado.
Dejo en el aire a medio explicar esa cuestión de la adhesión de los cristianos más activos a determinados movimientos, para echar un vistazo al último siglo de historia de la Iglesia. En los años 20 y sobre todo 30 del siglo pasado, con la aparición del fascismo y el nazismo, que llovían sobre la tierra ya mojada por el liberalismo, el socialismo y el comunismo, la Iglesia cayó en la cuenta de que nadie le hacía caso -prueba de ello fueron las terribles matanzas de la Primera Guerra Mundial-, que los cristianos no pintaban nada en el mundo y que se instauraban regímenes dispuestos a cometer cualquier tipo de crímenes con tal de instaurar sus ideologías.
Frente a eso, la jerarquía de la Iglesia, el papa Pío XI, trató de movilizar en política a los cristianos, indirecta o directamente a las órdenes de la jerarquía, de los curas: fue la llamada Acción Católica, que tuvo, por así decirlo, un éxito más que discutible. En Alemania, el partido Zentrum, después de resistirse gloriosamente al imparable avance del nazismo, terminó por votar a favor de la asunción de plenos poderes dictatoriales por Hitler en 1933, y en Italia habrá que esperar a la posguerra para ver la desigual influencia política de la Democracia Cristiana, que finalmente terminaría por disolverse en medio de grandes escándalos de corrupción.
Pues bien, en medio de esa incapacidad de la jerarquía católica por influir en la vida social, el último siglo ha visto una floración de movimientos cristianos de todo tipo que han parecido tener bastante éxito. ¿Acaso tiene la jerarquía envidia de este éxito? No, pero, a mi entender, y quede claro que yo no represento a nadie más allá de mí mismo, según me parece, digo, la jerarquía ha terminado por concluir que, la existencia de movimientos tan variados, e incluso se diría que opuestos, conducirá a una crisis y una separación entre ellos y respecto a la Iglesia, a no ser que se defina con rigor quién manda en la Iglesia y que ese ámbito de poder que llamamos jerárquico, sea unívoco, universal e indiscutido: que esté, exclusivamente, en manos de los obispos diocesanos.
En este contexto podemos por fin comprender que el papa Francisco valore mucho al Opus Dei y a sus labores, pero quiera desposeerlo de todo carácter normativo: en la Iglesia, insisto, solo mandan los obispos diocesanos, y los demás, por así decirlo, pueden hacer lío, cantar y bailar, seguir lo que el espíritu santo les inspire, incluso aunque sea adorar la Pachamama… Nada es bueno ni es malo, cada cual que haga lo que quiera, pero no me toquen la jerarquía. Cuando yo vea que algo se sale de madre, yo y solo yo, entiéndase por yo al Papa y a los obispos diocesanos, diremos lo que hay que hacer y todos nos obedecerán como si no pudiera oírse más que una voz en la Iglesia.
Es decir, lo que el papa Francisco pretende para solucionar las discrepancias en la Iglesia es quitarles toda importancia. El Papa parte del reconocimiento de todos esos movimientos, también del Opus Dei, como algo venido de Dios, inspirado y útil, pero que a última hora no tiene más influencia que la cada persona quiera darle en su vida y mientras le dure la emoción o lo que llamamos el carisma. Lo que no se puede pretender es que un carisma implique un compromiso duradero, obligatorio, forzoso, porque todos hemos visto los malos resultados que se obtiene cuando se pretende forzar las conciencias. Para forzar, por así decirlo, el papel de Poli malo, ya lo tiene la jerarquía. El trabajo sucio lo hacen los obispos, y que nadie se meta a decir por dónde tiene que ir la Iglesia.
No me voy a extender más, solamente les voy a presentar una prueba de que este es ciertamente el plan del papa Francisco, y que no es improvisado, sino que una mente despierta hubiera podido descubrirlo ya en 2016. Yo, desde luego, no he sido esa mente despierta y por eso yo también he caído, en cierto modo, en esa sorpresa de pensar que el papa Francisco atacaba sin motivo o incluso porque no apreciaba su labor, al Opus Dei: pero, como digo, no es así, el Opus Dei solo es la punta del iceberg de lo que el Papa quiere asentar en la Iglesia, que es esa forma unidireccional y unívoca de entender el gobierno en la Iglesia.
La mente despierta que ha sabido descubrir el documento que ya apuntaba a lo que ahora estamos viendo, es la de mi amigo Paco, quien me llamó la atención sobre esta carta de la Congregación para la doctrina de la Fe, titulada Iuvenescit Ecclesia, la Iglesia se rejuvenece, fechada el 14 de marzo de 2016 y firmada, observen con atención, por el entonces prefecto, cardenal Gerhard Müller y su secretario y posterior prefecto, el jesuita y actual cardenal Luis Ladaria. Hago esta precisión para que vean que no es cuestión de progresistas y conservadores, ya que Müller es de sobra conocido como conservador y crítico del papa Francisco, y sin embargo es quien firma esta carta.
¿Por qué menciono esta carta al afirmar que lo que el Papa pretende es un ejercicio rígido del poder por parte de los obispos como forma de evitar que los movimientos cristianos se salgan de madre y provoquen un cisma? En su artículo 23, la carta apunta que será necesario aclarar cómo se relacionan en la Iglesia la jerarquía -el poder- y los carismas -esos movimientos cuya inspiración divina no se niega, y se concluye en la nota 116 que lo mejor es meter a todos esos movimientos en un mismo saco, es decir, darles una forma jurídica de asociación, lo que equivale a decir que no se les reconoce en la Iglesia ningún derecho, más que el irrenunciable derecho de asociación, que es un derecho natural que la Iglesia está obligada a reconocer a no ser que quiera convertirse en un régimen totalitario.
Hasta aquí mi opinión sobre por qué el papa Francisco tiene tanta prisa por convertir al Opus Dei en una mera asociación sin ningún poder sobre las conciencias y sobre nada: porque es parte de un plan general para toda la Iglesia. Ahora quiero preguntarme por qué el Opus Dei no se defiende frente a esta acción que dejará fuera de la institución, de la prelatura, a la inmensa mayoría de sus miembros.
La respuesta, en mi opinión es, precisamente, que el Opus Dei no se defiende, aunque eso signifique dejarse maltratar, porque quiere evitar un mal mayor, como sería inclinar a más a más gente a posiciones cercanas al cisma.
Ya sabemos que el papa Francisco quiere evitar el cisma dejando el poder en la Iglesia exclusivamente en manos de los obispos diocesanos. Pero los simples fieles, qué podemos hacer para evitar un cisma. ¿Simplemente dejar hacer a la jerarquía, admitir que tenemos un papel meramente pasivo?
Pienso que no, y lo que me parece que cualquier cristiano puede hacer en esta coyuntura lo resumo con tres reglas, una por cada virtud teologal, que como saben son la fe, esperanza y caridad. Para recordarlas voy a utilizar tres iniciales que forman el acrónimo COF, y que se corresponde con las siguientes tres palabras: Catecismo, Oración y Fraternidad.
Antes de detallar esas reglas, quisiera responder a la pregunta sobre qué tipo de persona corre más riesgo de caer en un cisma: en mi opinión, son aquellas que desarrollan o a su vez caen en lo que podemos llamar la crítica indebida, negativa o tóxica. ¿Cómo identificarla?
La crítica sana, o la mera pregunta sobre el por qué de las cosas para explicar la realidad, se distingue en tres puntos de la crítica tóxica, que será tanto más peligrosa o incitadora al cisma cuanto más tenga de los siguientes tres puntos.
En primer lugar, la crítica tóxica suele presentar, o mejor diríamos aceptar sin fundamento ni crítica hechos falsos (a los que se asocia un valor negativo). En segundo lugar, les suele adjudicar una importancia desmesurada. Y en tercer lugar, suele juzgar (negativamente, claro) las intenciones de las personas implicadas en estos hechos, ya sea por promoverlos o siquiera por tolerarlos.
El problema fundamental por el cual la crítica tóxica nunca es aceptable dentro de la Iglesia católica se refiere principalmente a las dos últimas características. Es cierto que en la Iglesia pasan cosas malas, pero estas cosas no justifican que, para remediarlas, se niegue la autoridad del Papa, y tampoco que se juzgue sus intenciones. El primero de estos dos puntos, negar la autoridad del Papa, significa ir directamente contra la fe e invitar al cisma, y el segundo punto, el de considerar que el Papa está pecando, o incluso que llegue a ser un hereje, es sencillamente inútil, porque para quien tiene fe, el Papa no pierde nunca su autoridad y solo Dios puede juzgarle; otra cosa es que no sea obligatorio obecederle si lo que ordena es pecado.
Quienes caen en estas actitudes tóxicas se desacreditan a sí mismos como católicos y, lo mismo que según dicen los economistas la moneda falsa hace desaparecer a la moneda verdadera, arrastran al desprestigio a aquellas críticas que son proporcionadas y justas.
Y aquí vuelvo a hacer una referencia al Opus Dei: ¿son los cambios que el Papa pretende hacer injustos con los miembros de la Prelatura, sobre todo los laicos? En caso de que lo fueran, quien los critique, no debería magnificarlos como si fueran irreparables, y tampoco por este motivo juzgar al Papa o incitar a la rebelión. Al final de este vídeo haré una última referencia a cuáles han sido estas reacciones que me parecen proporcionadas, y que por eso las resumo diciendo que el Opus Dei se deja maltratar; pero aquí, como digo, las refiero porque me parece que constituyen un ejemplo de elegir sufrir el mal antes que arriesgarse a incitar a alguien a hacer un mal, en este caso mayor, como es el negar la autoridad del Papa.
Por eso constato que callar o dejar pasar, incluso aceptar ser maltratado sin aparente reacción, es una opción segura en circunstancias de crispación como son las actuales, en las que yo diría que más del 90% de quienes critican al Papa están de hecho favoreciendo un cisma. Y, aprovechando que lo digo, reitero que espero quedarme siempre fuera de ese 90%.
Y ahora sí, vamos a detallar esas tres reglas que defino por sus iniciales de COF, y de que deberían bastar para quienes quieran evitar caer en esa crítica tóxica que nos acercaría al cisma. Para fortalecer la fe, CE de catecismo, pero también de conciencia y de calma. Recordemos que la calma es una consecuencia de la fe: Cristo dijo, no se inquiete vuestro corazón, creed en Dios, creed también en mí (Juan 14, 1).
Dios no se muda y es cognoscible, por tanto, la salvación es personal y nadie es tentado por encima de sus fuerzas. Cada palo que aguante su vela, dice el refrán: la vela de nuestras acciones debe ser sostenida y dirigida por el palo, que es la conciencia, y a su vez esta tiene que estar anclada en la cubierta firmemente: esa cubierta es la ley eterna que podemos conocer, y que está claramente expuesta en el Catecismo de la Iglesia católica.
La O del acrónimo COF representa a la oración y debería servir para fortalecer la virtud de la esperanza. Si todo cisma revela una acción promovida por el diablo, como dijo Jesucristo, ciertos diablos solo pueden combatirse con la oración; aquí les dejo dos en concreto, el acordaos, atribuido a san Bernardo de Claraval, que pienso puede emplearse para pedir por una o varias personas a quienes queramos que la Virgen inspire, y la oración a San Miguel como protector de la Iglesia, que pienso podemos emplear en cada ocasión en que veamos que nos parezca que puede provocar división entre los cristianos.
Finalmente, para fortalecer la virtud de la caridad, empleo la letra F, inicial de Fraternidad, para resaltar ese aspecto del amor que consiste en no hacer bandos, no despreciar o separarnos de alguien porque hace las cosas de forma diferente; aplicar la regla de oro de tratar a los demás como queremos ser tratados, y aplicarla en concreto con buen humor, que exige no tomarse demasiado en serio a sí mismo.
Una prueba de que se vive esta fraternidad con buen humor es no insultar, que a su vez es una muestra de que se prefiere sufrir el mal a hacerlo, que no se juzga a las personas, y que tampoco se les importuna repitiendo con insistencia: cada uno tiene su ritmo y su momento para saber.
Y una vez que he dado esas tres reglas que resumo en el acrónimo COF, Catecismo, oración y fraternidad, voy a matizar lo dicho acerca de que el Opus Dei no se defienda o se deje maltratar. Es cierto que no ha habido protesta, y menos aún rebelión, pero tampoco negligencia: el prelado, como puede verse en su mensaje del 10 de agosto, sugiere que aceptará que los laicos queden fuera de la prelatura, pero repite la doctrina cierta de que el Opus Dei existe por y para los laicos, y que por tanto estos siempre serán miembros, por vocación, de esa familia sobrenatural: lo cual equivale a decir, que si la prelatura jurídicamente deja de servir para lo que debía servir, en el fondo, en el Opus Dei seguirá habiendo una prelatura, pero el Opus Dei como tal ya no se identificará con ella, y por eso al hablar de la institución no la llama ya prelatura, sino familia sobrenatural.
El que el Papa ha actuado con prisa, en mi opinión, queda plenamente de manifiesto en el Motu Proprio del 8 de agosto, por dos detalles claves. Primero, por el hecho de modificar el Código de Derecho Canónico. Hasta ahora, se había venido tratando de justificar las presiones para convertir el Opus Dei en una asociación clerical, alegando que el Código de Derecho Canónico solo contemplaba prelaturas personales formadas por sacerdotes. La doctrina no debía estar tan clara, cuando para hacerla ejecutiva el Papa ha tenido que cambiar el Código y decir, ahora sí, expresamente, que los laicos no pueden ser miembros de la prelatura.
El segundo punto que manifiesta la prisa con que se ha hecho todo es que este Motu Proprio ni siquiera tiene nombre, y se le menciona solo como el Motu Proprio del Papa Francisco sobre las Prelaturas personales. Es una forma de reconocer que el derecho no cuenta para nada, y que el Papa hace lo que le da la gana. De una forma más suave, y por volver a lo que decía al comienzo de este vídeo, queda de manifiesto que el Papa no tiene una buena política de comunicación. Para mejorarla, yo le sugiero que pongan al motu proprio, como es costumbre, el título de sus dos primeras palabras: Praelaturas personales. Mientras tanto, si yo fuera el cardenal Ghrilanda, me sentiría manipulado, porque todas sus teorías sobre las prelaturas personales no han servido para nada, no se han impuesto por la razón, sino por un manotazo o un puñetazo en la mesa del Papa.
A modo de testimonio, voy a referir las tres únicas o al menos principales reacciones razonables que he encontrado a este Motu Proprio que debería llamarse Praelaturas personales:
El mismo día 8 de agosto, la de José María Sánchez Galera en Twitter con un hilo evidenciando como la forma jurídica de asociación clerical es ofensiva para el Opus Dei.
El día 9, un artículo de Jesús Fonseca en La Razón, tratando con cariño al Opus Dei, aunque sin entrar en el fondo de la cuestión.
Y el 10 de agosto el arzobispo de Mérida-Badajoz, Celso Morga. Por ser el único obispo que ha salido en defensa del derecho canónico, me atrevería a decir que se merece el título de Juan Fisher español. Pero, que quede claro, que se trata de una metáfora, en la que el punto de comparación es ese, el de ser el único obispo que se ha atrevido a defender la verdad, en este caso la de que es un atentado contra el Concilio Vaticano II reducir a fenómenos asociativos todos los movimientos e instituciones de la Iglesia distintos a las diócesis. Obviamente, no estoy comparando al papa Francisco con Enrique VIII, que fue quien provocó un cisma. Repito, yo estoy convencido de que lo que quiere el papa es precisamente lo contrario, evitar un cisma. Pero, estoy de acuerdo con el obispo Celso en que pisoteando el derecho no se puede llegar a ningún buen puerto.
Un comentario en «Por qué el Papa tiene prisa por cargarse al Opus Dei El plan del papa Francisco para evitar el cisma reduciendo todo carisma al asociativo y por qué el Opus Dei se deja maltratar»