III Concilio de Toledo, cuadro de José Martí y Monsó (1862), Museo del Prado

¿Necesitamos un nuevo Concilio Ecuménico? Un Concilio Ecuménico podría abordar la identidad del sacerdote, que en opinión de Benedicto XVI dejó sin aclarar el Vaticano II


El objetivo de este mensaje es pedirles su opinión acerca de si les parece necesario que se organice en la Iglesia católica un concilio ecuménico. Me gustaría que me respondieran sí o no, y por qué, o que me propusieran el nombre de alguna persona que les parece que puede dar una opinión interesante al respecto, de manera que yo procuraré solicitar de su parte que comparta esa opinión con nosotros.


Por mi parte, expondré por qué me parece necesario al menos plantearse la posible necesidad de organizar un concilio ecuménico y, finalmente, esbozaré una opinión, que les adelanto es más bien partidaria del concilio, y que pretendo fundamentar en algo sobre lo que habla en su libro póstumo el papa Benedicto XVI.

En cuanto a que sea siquiera oportuno plantearse la necesidad de organizar un concilio, la primera pregunta que surge es el para qué: por una parte, todos los concilios han tenido como finalidad emprender reformas o cuestiones organizativas urgentes en la Iglesia, que, por así decirlo, ni el papa solo ni las distintas partes de la Iglesia eran capaces de llevar a cabo: es decir, que requerían un esfuerzo de todos.

Por una parte, parece que la Iglesia en la actualidad está sumida en una profunda crisis, de la que solo un esfuerzo colectivo podría sacarla. Pero también es cierto que esa crisis tan notoria consiste, en buena medida, en una falta de unidad, y cabría sospechar que ahora es el momento menos indicado para aunar esfuerzos, ya que parece más difícil que nunca.

Por otra parte, también en sentido negativo, podría alegarse el viejo adagio de que no se deben hacer reformas en tiempos turbulentos: es decir, que en tiempos en que uno está sometido a presiones es precisamente cuando menos debe uno precipitarse, precisamente porque puede dejarse arrastrar por una de esas fuerzas o emociones que le rodean.

En el caso de la Iglesia, hay quien opina que precisamente porque está presionada desde fuera y desde dentro para hacer cambios, no debe hacerse ninguno de estos cambios, repensando si es caso las cosas cuando todo esté en calma. Sin embargo, podría también opinarse que precisamente un concilio es el ambiente de calma y sosiego que se crea para propiciar la iluminación del Espíritu Santo a quienes dirigen la Iglesia.

Por último en esta breve serie de pros y contras que presento como introducción, y dejando abierto a que ustedes aporten muchos más, diría que existe la pega de preferir otras formas de lograr una reforma: para quienes, desde una perspectiva que puede parecer inmovilista, alegan que el problema está en que hay quien exige cambios que no se pueden exigir, como sucedería con el camino sinodal alemán, y que basta con prohibir que se hagan o incluso que se hable de esos cambios, bastaría, como digo, el ejercicio ordinario de la autoridad jerárquica de la Iglesia católica para reformar lo que se ha de reformar, es decir, supuestamente para lograr la vuelta a la ortodoxia de los heterodoxos. Para los que pretenden por el contrario que es dentro de la jerarquía y de las costumbres de la Iglesia universal donde deben hacerse cambios innovadores, puede parecer que ya existe un instrumento para lograrlo, que sería el sínodo de cada país y el sínodo de la sinodalidad que ya está en marcha para este año y el próximo.

A esto podría responderse con sendas pegas: para quienes ven la solución en un golpe de autoridad, parece que bastaría con que abrieran los ojos al hecho de que quienes son vistos como heterodoxos reaccionan muy mal a cualquier medida de autoridad, y que hace tiempo que la Iglesia considera que en tales casos esas medidas son o bien ineficaces o bien solo necesarias y posibles ante casos muy particulares: pero precisamente el camino sinodal alemán ha puesto de manifiesto que nos hallamos ante discrepancias que no se pueden borrar de un plumazo. Para los del otro lado, los que piensan que con el sínodo se pueden conseguir todos los efectos que pretenden, se les podría hacer reflexionar acerca de que un sínodo no es más que una reunión consultiva, que no tiene suele abordar cuestiones de gran trascendencia; y, en todo caso, que las medidas emprendidas desde el camino sinodal de un país o región, no pueden pretender cambios trascendentales. Para eso, y vuelvo al principio, hace falta una convocatoria específica del Papa a los obispos de todo el mundo, es decir, un concilio ecuménico.

Por último, y para no alargarme, voy a dar solo unas pinceladas acerca de por qué me cuento entre los partidarios de organizar un concilio ecuménico que podría llamarse Vaticano III -por ser continuación de los dos anteriores celebrados en Roma- o bien Segundo de Trento, suponiendo que se celebrara a medio camino entre Roma y Alemania, aunque tan solo fuera en sentido simbólico por ser Alemania el país cuya situación quizá haga más visible la oportunidad de abordar la reforma de la Iglesia mediante un concilio.

Como dije, iba a apoyarme en el libro póstumo del papa Benedicto XVI, no porque él diga allí que se deba celebrar un concilio, sino porque afirme que una cuestión que quedó pendiente de resolver en el Concilio Vaticano II fue la reflexión sobre cuál es la esencia del sacerdocio. Básicamente, dice Benedicto XVI, esta cuestión había sido abierta por Lutero y tampoco el Concilio de Trento la resolvió. Según él, si el sacerdote es un mero pastor, como sucede con los protestantes, no tiene una tarea específica. Y esa es la gran discusión que se plantea en el camino sinodal alemán, donde la figura del sacerdote, e incluso del obispo, se quiere diluir en el mero servicio al pueblo de Dios, que a fin de cuentas podría democratizarse para que cualquiera lo llevara a cabo. En cambio, si el sacerdote tiene una misión sacrificial, su vida y misión difiere esencialmente de la del resto de bautizados.

Al decir que el Vaticano II dejó esta cuestión sin resolver y mostrar que es el problema fundamental en torno al cual giran las pretensiones del camino sinodal alemán, me parece claro que ni una actuación disciplinaria desde Roma podría acallar esas discrepancias, ni tampoco una postura podría imponerse desde una visión particular de un país, como en el caso de Alemania, sin someterla al juicio no simplemente general, como podría hacerse en el sínodo de la sinodalidad, sino solemne, como sería el caso de un tercer concilio Vaticano (o segundo de Trento).

Pero, como digo, mi pretensión no está en profundizar sobre qué debería resolver un concilio, sino en preguntarles a ustedes si ven también que hay cuestiones de tanto relieve como para convocarlos. Repito por tanto, para terminar, el ruego de que me envíen sus comentarios sobre si son partidarios o no de un concilio y por qué, y quiénes creen que son la personas que podrían opinar al respecto. Espero sus noticias y me despido muy atentamente.

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