Me ha sorprendido el comentario de Juan Manuel de Prada a la encíclica Fratelli Tutti, publicado el 11 de octubre de 2020 en ABC. A pesar de ser, como él, español, no voy a poner la valoración antes del razonamiento, y trataré de explicar mi sorpresa.
Sorpresa en primer lugar por tener hasta ahora a Juan Manuel por un pensador católico. Y algunos de sus comentarios en este artículo me dan la sensación de que ha dejado de serlo, lo cual me apena.
Esto, quizá, no deja de ser una valoración, así que voy a poner algunos de estos elementos que me han causado esta sensación. El artículo puede encontrarse en la caché de Google, aquí no voy a copiarlo entero para no infringir derechos.
Mi perplejidad inicial encontró -después- cierto alivio al leer el subtítulo del artículo, que no percibí inicialmente: «Mientras la Iglesia no recupere aquella mirada de águila que sólo proporciona la filosofía perenne, su destino será la irrelevancia».
Tal como yo entiendo, a juicio de Juan Manuel, la Iglesia solo vale en función de la filosofía. Es decir, lo que viene de Dios vale si encaja en determinados criterios mentales. Claro, que si se trata de una filosofía perenne, será que es divina: pero esto sería una tautología. Así que me ronda, aunque no sé si es la respuesta final, la intuición de que Juan Manuel no es ya que quiera entender para creer, sino que solo creerá si entiende. Que no es lo mismo, aunque lo parezca.
Entrando ya en argumentos, dice Juan Manuel estar sorprendido porque la encíclica ha sido acogida con «olímpica indiferencia». Me parece prematuro, y en todo caso sorprendente en alguien acostumbrado a nadar contracorriente. Pero, añado, aún más sorprendente si el comentario lo hiciera alguien que ha leído lo que Francisco escribe en contra del abuso del término «minorías». Los cristianos no nos conformamos con ser una minoría. No puedo evitar la sospecha de que Juan Manuel no ha leído la encíclica, o lo ha hecho tan rápido o con tal desafección, que se le han escapado cuestiones fundamentales.
Dice nuestro valioso autor a continuación que «las grandes encíclicas» tienen «esta mente arquitectónica y esta mirada de águila -que sólo proporciona la filosofía perenne- [y que] se hallan ausentes de la mayoría de encíclicas papales de las últimas décadas«.
Y ahí, como dije, me parece ver la clave: los papas han debido perder la inspiración divina, desde luego la de la filosofía perenne… Y no este papa y por un rato o por una encíclica, sino desde hace décadas y en plural, pues según de Prada, los derechos humanos y la libertad religiosa en que según él basa Francisco la fraternidad universal son «flores pútridas del jardín liberal (las mismas que han regado sus inmediatos predecesores)». Si es más de un predecesor, es que ni Benedicto XVI ni Juan Pablo II gozaron de ese aleteo de la filosofía perenne… Y quién sabe si no habremos de retroceder hasta Pío XII. Ahí Juan Manuel sabrá dónde se perdió el hilo.
Voy a saltar sobre el resto de argumentos, puesto que el propio Juan Manuel lo hace, cuando concluye al final, un tanto repetitivo, que «mientras la Iglesia no recupere aquella mente arquitectónica y aquella mirada de águila que sólo proporciona la filosofía perenne, su destino no será otro que la irrelevancia«.
Me gustaría que fuera una sensación falsa la de que las críticas que hace Juan Manuel a la encíclica no se basan en el texto de la misma. El pescado ya está vendido al principio, ya que antes y después de contarnos algo sobre ella ha juzgado que los últimos (al menos tres) Papas no gozan de inspiración, que no vale la pena lo que escriben, que es irrelevante. Pero, insisto, ¿desde cuándo un pensador católico mide la relevancia en función del fervor de la opinión pública?
Me gustaría terminar con un consejo, al lector que haya sobrevivido a lo farragoso de mis anteriores consideraciones, y ojalá que también a Juan Manuel. Iba a decir que leyeran la encíclica, y desde luego que lo digo, pues yo también tenía el prejuicio de suponer que fuera irrelevante, pero después de leerla me parece muy interesante. Pero diría aún más: crede ut intelligas. Reza, pues quizá esa pueda ser la clave para comprender. Quizá también para comprender que en tal o cual momento incluso un Papa puede estar poco inspirado. Pero sobre todo para con-fiar en que Dios no va a dejar a la Iglesia, y menos durante tres o más papados, al pairo. ¡Ánimo, que no hay mal que cien años dure!