El 24 de octubre publicó el papa Francisco su cuarta encíclica, titulada Dilexit nos, sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo. Es un texto largo, con 220 párrafos, que subraya la importancia que esta devoción tiene en la Iglesia católica, más que por su extensión, por su rango, ya que hacía más de 68 años que no se dedicaba una encíclica al Sagrado Corazón, desde la Haurietis Aquas, publicada en 1956 por el papa Pío XII.
Solo por este dato ya es interesante y recomendable leer la encíclica Dilexit nos. Algunos la han recibido con entusiasmo porque, según queda claro en su conclusión, en concreto en el párrafo 217, ayuda a encajar en la doctrina tradicional del amor del Sagrado Corazón a las dos anteriores encíclicas del papa Francisco, Laudato si’ y Fratelli tutti. Estas encíclicas, dedicadas respectivamente a la ecología y a la solidaridad, podían parecer ajenas al argumentario y temática espiritual típicos de las encíclicas de un Papa, pero ahora es Francisco quien aclara que “lo escrito en las encíclicas sociales Laudato si’ y Fratelli tutti no es ajeno a nuestro encuentro con el amor de Jesucristo, ya que bebiendo de ese amor nos volvemos capaces de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de cada ser humano y de cuidar juntos nuestra casa común”.
Más allá de conectar los escritos del papa Francisco con la tradición de la Iglesia, que para algunos no es poco, Dilexit nos es un recordatorio de diversos aspectos sobre la devoción al Sagrado Corazón, pero no de todos: no aporta novedades magisteriales ni tampoco es exhaustivo, aunque sin duda es útil, sobre todo para quienes desconocieran o incluso desconfiaran de la importancia de la reflexión y devoción al amor de Cristo por cada persona.
Dilexit nos tiene una parte filosófica, hasta el párrafo 31, en la que reflexiona sobre qué es el corazón y la importancia del amor en la vida de las personas y las sociedades. Sigue una parte de ejemplos o anécdotas, hasta el párrafo 48, y luego una exposición sobre qué es el Corazón de Jesús, recordando lo dicho por Pío XII, precisamente en la encíclica Haurietis Aquas, acerca del triple amor de Cristo, espiritual en cuanto Dios y Hombre, y sensible por tener un Corazón de carne.
Tras hacer algunas referencias al Magisterio eclesiástico y al fundamento bíblico de la doctrina sobre el Sagrado Corazón, el papa Francisco hace un repaso de los distintos autores que han tratado sobre esta doctrina. Es en este punto donde, sin duda, se notan más sus elecciones personales, es decir, que dedica más atención a unos autores que a otros.
Personalmente, echo en falta que no haya ninguna referencia al beato Bernardo de Hoyos, a quien Jesucristo pidió extender la devoción al Sagrado Corazón en España, haciéndole la conocida Gran Promesa de que esta devoción se extendería de forma particular en España: ausencia que se echa más de menos, habida cuenta de que España entonces incluía a Argentina, país del que procede el papa Francisco, si bien se puede entender que, al escribir esta encíclica como papa haya querido dejar de lado sus orígenes.
Otra ausencia que echo de menos es la mención de la devoción a la Divina Misericordia, pues la encíclica solo menciona de pasada a santa Faustina Kowalska, de cuyas experiencias se dice en el párrafo 149 que “reproponen la devoción al Corazón de Cristo”, sin explicar, como he dicho, en qué consiste la devoción a la Divina Misericordia.
Algún comentarista, como Abel de Jesús, sugiere que puede ser un problema incidir en la importancia de los sentimientos en una época en que lo que abunda es precisamente el sentimentalismo. En este sentido, es posible que quepa interpretar algunas afirmaciones con las que en esta encíclica se resta valor objetivo a los actos concretos de devoción al Sagrado Corazón, en particular a los que están asociados a promesas y apariciones.
La encíclica no menciona nunca el reinado social de Cristo, ni sus peticiones de consagración individual o colectiva. Se menciona, en los párrafos 84 y 85, como “propuestas” la comunión eucarística de los primeros viernes (presentada como algo del pasado que hoy también “haría mucho bien”), o la adoración de los jueves (que se presenta como abiertamente recomendable), pero sin asociarlas a una promesa, insistiendo en cambio en que ninguna de estas devociones es obligatoria.
El papa Francisco presenta una visión de la reparación al Corazón de Cristo que pretende alejar de la presunción de que haya obras de por sí meritorias, echando mano sobre todo de Santa Teresa de Lisieux para insistir en que la contrición más que en dar consiste en dejarse amar por Cristo.
Algunas de las opiniones de esta encíclica son, por tanto, discutibles, y se puede objetar que, mientras tiene predilección por algunos autores, deja otros de lado. Aunque al comienzo de la encíclica, en concreto en el párrafo 9, afirma que en nuestro “mundo líquido es necesario hablar nuevamente del corazón”, quizá pueda concluirse que el papa Francisco no deja de moverse en parámetros subjetivos al preferir unas interpretaciones a otras.
La falta de un terreno sólido es patente al final de documento, en el párrafo 219, cuando el Papa insta a no sustituir el amor de Cristo por “estructuras caducas, obsesiones de otros tiempos, adoración de la propia mentalidad, fanatismos de todo tipo”. Uno no sabe si seguir la promesa que Cristo hizo en una aparición es una obsesión. De hecho, esta encíclica aplica a las apariciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita (párrafo 121) las recientes normas para el discernimiento de fenómenos sobrenaturales (de 2024) y concluye que no debemos sentirnos obligados por nada que se vea en apariciones, ya que aunque Santa Margarita experimentó el Amor de Cristo, en las apariciones “se mezclan con la acción divina elementos humanos relacionados con los propios deseos, inquietudes e imágenes interiores”.
Toda propuesta -aunque proceda de una aparición aprobada- debe ser, dice este párrafo 121, “releída a la luz del Evangelio y de toda la rica tradición espiritual de la Iglesia”. De ahí que la propia encíclica no pueda sentar cátedra al respecto, y sea una recopilación de ideas interesantes, pero no demasiado vinculantes.
Y es que, según la opinión que he expresado en otros vídeos, como el titulado ya no habrá Papas como los de antes, quien quiera claridad, tendrá que buscársela por su cuenta. Ya se entiende que me refiero a que los católicos disponemos de suficiente claridad en el Catecismo y en esa rica tradición de la Iglesia a la que precisamente menciona el papa, pero no podemos esperar ya que del Vaticano lleguen más que invitaciones a ser moderados en cuanto a las exigencias espirituales que asumimos.
El Papa entiende que renunciar a la autoridad es la única forma de evitar abusos. Así que aunque una promesa o consejo venga del mismo Jesucristo en una aparición, no hay que olvidar que será siempre una invitación no vinculante. Sin duda, mientras sea posible al Espíritu Santo abrirse paso para inspirar buenos propósitos, seguramente el balance será positivo. Sin otro particular que recomendarles que se suscriban al canal centroeuropa, se despide afectuosamente de ustedes, Santiago Mata.