Cadáver del general López Ochoa.

Así mataron al general López Ochoa López Ochoa confió a Daniel Arroyo que estaba comprometido con el alzamiento. Ni el ministro de la Guerra, Castelló, pudo salvarlo de los revolucionarios.


Causa General, legajo 1504, expediente 1, folio 201

(6 de mayo de 1939)

Don JULIÁN PAREDES MARTÍNEZ, Secretario de la Causa General seguida en averiguación de los hechos delictivos graves, cometidos en Madrid y su provincia durante la dominación roja,

CERTIFICO: Que en la misma aparece la declaración prestada por Daniel Arroyo Ufano, vecino de Madrid, Marqués de Monasterio 8, 2º Izq. que dice así:
Que la primavera de 1936 estaba detenido en el Regimiento de Calatravas, 2 de Caballería, de Alcalá de Henares, y a causa de los sucesos desarrollados en Mayo de aquel año, fue condenado a tres años de prisión. Por estar enfermo cumplía la condena en el Hospital Militar de Carabanchel, desde junio del mismo año. Allí convivió en el Pabellón de Presos, con el GENERAL DON EDUARDO LÓPEZ OCHOA (procesado por la sofocación del movimiento revolucionario de octubre de 1934) y con el Comandante de Infantería retirado, y a la vez Consejero Nacional de Falange Española, D. EMILIO ALVARGONZÁLEZ MATALOBOS (estaba procesado por propagandista de la U.M.E.). Con anterioridad al Movimiento Nacional, le dijo el general López Ochoa que, aunque no tenía ideas religiosas, como la Patria estaba en peligro, debían unirse todos para salvarla; que él estaba comprometido para el Alzamiento Nacional en proyecto, que el día que éste se iniciara, iría a buscarle una Unidad de uno de los Regimientos que había en el Campamento de Carabanchel (posteriormente supo que sería el de Artillería de a Caballo y que el día 20 de julio habían tenido ensillado un caballo tordo claro para ir a buscar al General). El Comandante Alvargonzález y el declarante, se ofrecieron resueltamente al General López Ochoa para seguirle. A las tres de la madrugada del lunes 20 de julio, se oyeron tiros de cañón hacia el aeródromo de Cuatro Vientos (supo posteriormente eran del Regimiento de Artillería a Caballo, que unido al Alzamiento Nacional estaba disparando sobre el aeródromo). Ha sabido que aquella misma madrugada, el Regimiento de Artillería ligera de Getafe, unido también al Movimiento, estuvo disparando sobre el aeródromo de Getafe. A las tres y media o cuatro de aquella madrugada, oyó el bombardeo de la Aviación Roja sobre el Campamento de Carabanchel, en donde se habían sumado a la causa Nacional, además del Regimiento de Artillería a Caballo antedicho, el Batallón de Zapadores Nº 7. Hasta las diez de la mañana, estuvo volando y bombardeando constantemente la aviación roja. Ya cerca del mediodía empezó a ser atacado el Campamento de Carabanchel por la artillería roja, que procedente de Vicálvaro iba mandado por sargentos, quienes previamente habían hecho presos a sus Jefes y Oficiales. Hechas dos o tres descargas cesó el fuego y sabe por referencias que las fuerzas de Carabanchel se rindieron y fueron hechas prisioneras. Oyó que aquella misma tarde, pasaban por frente al Hospital paisanos, llevando efectos procedentes del asalto de los Cuarteles. Fue vista una mujer con doce pistolas al cinto. Al mismo tiempo los enfermeros y sanitarios del Hospital empezaron a decir incesantemente que al General López Ochoa le iban a quemar envuelto en una manta empapada de gasolina. A los pocos días el Director del Hospital, Coronel de Sanidad Militar Sr. GONZÁLEZ DELEITO, se presentó en el Pabellón de Presos, acompañado del Comandante de Infantería, Jiménez Arroyo (estaba a las órdenes del enton-

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ces Ministro de la Guerra, General Castelló [Luis Castelló Pantoja fue titular de ese ministerio desde el 19 de julio al 6 de agosto de 1936]; fue al primero que vio la estrella de cinco puntas sobre el “mono” que vestía), con dos enfermeros que portaban una camilla en la que iba un Teniente de Inválidos, operado; el Coronel despidió a los enfermeros, dejando la camilla en el pasillo. El Coronel y Comandante dichos, pasaron a la celda del General López Ochoa. Este refirió aquella tarde al declarante lo siguiente: El Coronel González Deleito, manifestó al General que iban a intentar salvarle del propósito de las turbas de quemarle vivo; el Comandante Jiménez, haciéndole un signo masónico, le dijo: “Por orden del Ministro vengo a hacer lo que acaba de decir el Director”. El General contestó: “Confío en la caballerosidad de ustedes”. El General se metió en la camilla y le taparon de pies a cabeza; el Coronel llamó a los Sanitarios ordenándoles llevar aquella al Depósito de Cadáveres. Acompañados del Coronel y del Comandante, llevaron la camilla al Pabellón de Desinfección (que está junto al de cadáveres), dejándola en el suelo. López Ochoa oyó desde la camilla cómo se ponía en marcha el motor de un automóvil, que cree estaba muy cerca de él y situado al otro lado de la tapia, que rodea el Hospital. Al momento oyó un tiro y una voz que dijo: “Pon ese arma en el seguro, que no es la primera vez que se te escapa un tiro”; a los pocos momentos volvieron a conducir la camilla con el General al Pabellón de Presos, dejándola en su Celda. Creía López Ochoa, que aquel tiro fue una señal de alarma para los enfermeros que vigilaban, a fin de impedir sacasen del Hospital aquella camilla, y que por esto el Coronel y el Comandante no se decidieron a efectuarlo. Con frecuencia entraban en el Pabellón de Presos milicianos y milicianos que a todas horas del día y de la noche colmaban de amenazas e insultos al General López Ochoa. Recuerda el declarante de una madrugada en que les despertaron dos milicianos y una miliciana y ésta le dijo al General que le había de cortar los cojones. Los Oficiales de Guardia, que eran del Regimiento de Ferrocarriles, no se atrevían a impedirlo. El 17 de agosto de 1936 [siendo por tanto ya ministro de la Guerra el que lo fue del 6 de agosto al 4 de septiembre de 1936, Juan Hernández Sarabia], como a las dos de la tarde empezó a oírse que en el interior del Hospital, rodeando el Pabellón de Presos, se formaba un tumulto del Populacho, que pedía la cabeza de López Ochoa. Para entonces ya el anteriormente Director del Hospital, Coronel GONZÁLEZ DELEITO, había sido asesinado por el Ateneo Libertario de Mataderos, y ejercía el cargo de Director el Comandante de Sanidad Moreno Barbasán (está preso en Madrid). Este Director bajó al Cuerpo de Guardia y dio orden al Oficial que la mandaba que era el Teniente del 2º Regimiento de Ferrocarriles, Manuel Granados Prieto (oyó decir que posteriormente se pasó al campo Nacional) que entregase a las turbas al General López Ochoa. Vio que acto seguido entraban en el Pabellón de Presos, el presidente del Comité de Funcionarios del Hospital y dijo: “Ochoa venimos por ti”. El General que estaba en pijama y zapatillas, preguntó: “¿Me permitís cambiar de ropa?”, y replicó el Presidente: “No, a donde vas puedes ir así”. López Ochoa, sereno y sonriente, le siguió. En la Puerta de Hierro, el Presidente del Comité llamó a la escolta, y acudieron a la cancela 10 ó 12 milicianos armados, que, cogidos de la mano, formaron un corro, metieron en él al General López Ochoa y al Presidente, y se los llevaron. Desde la ventana, vieron cómo se los llevaban, entre los gritos de una multitud de varios centenares, que vociferaba: “¡Viva Rusia!” “¡Viva el Ejército Rojo!” “¡Mueran los traidores!” Perdió de vista aquella multitud y no había pasado un cuarto de hora cuando oyó tres descargas y numerosos disparos sueltos. Aquella misma tarde supo por un sanitario del Hospital que en cuanto sacaron al General del recinto del Hospital, le pusieron contra la tapia, dispuestos a fusilarle, y como López Ochoa dijese: “Aquí vais a meter los tiros en

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el Hospital y a matar a alguno del mismo”, el Presidente del Comité dispuso que lo llevaran a un altozano, distante como unos 300 metros y contra él lo mataron, con las descargas que el declarante había oído. El mismo sanitario le refirió que una vez que la chusma se alejó un miliciano se llegó al cadáver y lo decapitó, y clavando la cabeza en la punta de un machete, la trajo a los Barrios Bajos, hasta que al llegar a la Plaza Mayor, un Guardia de Asalto se la quitó, llevándola al Ministerio de la Gobernación [El ministro, desde el 19 de julio al 4 de septiembre, era el militar de caballería Sebastián Pozas Perea]. A principio de septiembre de 1936 supo el Comandante EMILIO ALVARGONZÁLEZ que en Madrid habían recogido los libros de acta de Falange, en que aparecían sus firmas. Convencido por ello de que lo asesinarían, hizo testimonio [¿testamento?] y comentó con el declarante que cuando fueran a buscarle estaba decidido a no salir, pues prefería que le matasen allí mismo y luchando. El 9 de aquel septiembre, mientras comían, se presentaron para llevárselo dos individuos del Radio Comunista Nº 9 lo que no lograron, por oponerse el Oficial del barrio que lo era el Alférez del 2º Regimiento de Ferrocarriles, Casimiro González Calatrava (oyó decir que posteriormente se pasó al campo Nacional). A las 17 de aquella tarde, el Capitán de la Escala de Reserva cuyo nombre ignora, que estaba de jefe de servicio aquel día, estuvo hablando media hora con el Comandante Alvargonzález y le convenció que debía acceder al traslado pretendido por aquellos comunistas y presentarse a la Justicia popular que era muy sana y seguidamente aquellos dos comunistas le condujeron al Sanatorio de Francisco Rojas, en el Paseo de Luchana. Sabe que allí permaneció cuatro días, pasados los cuales desapareció.

El declarante siguió en el Hospital de Carabanchel hasta que el cuatro de noviembre de 1936 fue trasladado a la Cárcel Modelo, y de ésta el 17 del mismo noviembre a la Prisión de Porlier, donde estuvo hasta el 9 de julio de 1937 que le condujeron al Hospital Prisión.

Mientras permaneció en la Prisión Porlier, hicieron varias sacas de presos para asesinarlos. Al declarante le eligió una vez para ir a la muerte en una de aquellas expediciones, el Oficial de prisiones apellidado Menéndez.

Las sacas de presos en Porlier, las dirigía un individuo llamado Lázaro (era vendedor de caramelos; está preso en Valencia), que era Presidente del “Comité de Responsables”. Había uno de estos “Responsables” para cada galería de la prisión.

El declarante manifiesta que una columna roja, en la que iban Guardias de Asalto, hizo prisioneros a los Jefes y Oficiales del Regimiento de Artillería de Guarnición de Vicálvaro, explicándose con esto que fueran sargentos los que mandaran las baterías que dispararon sobre el Campamento de Carabanchel.

Ratifícase, previa lectura, y firma S.S. Doy fe.

Y para que conste y cumpliendo lo ordenado expido el presente testimonio escrito en unos pliegos de papel de oficio Nºs. 7,165,943 y L. 9,641,435, que firmo, sello y rubrico en Madrid 25 de Mayo de 1939.

EL SECRETARIO

(Rúbrica y escrito a mano el número: 2.299)

Según esta web, el asesinato tuvo lugar en el cerro Almodóvar, Vallecas. Pero ese cerro dista del hospital más de 10 km en línea recta, y más de 16 por carretera: Ver web.

El lugar del crimen es, más probablemente, el actual helipuerto del Hospital Gómez Ulla.El 28 de agosto de 1976, F. García Pavón publicaba en ABC un artículo -titulado “Por cuatro milímetros”, según el cual Deleito (cuya muerte sitúa erróneamente a la vez que la de López Ochoa) habría sido quien permitió en 1907 que Franco entrara en la Academia de Infantería, a pesar de no tener la talla mínima:

“Según los datos que me ofreció amablemente el profesor de Derecho, don Nicolás González-Deleito y Domingo, el entonces jovencísimo ferrolano Francisco Franco Bahamonde, se presentó a aquella convocatoria de la Academia toledana. El tribunal para juzgar la aptitud física de los pretendientes estaba compuesto por los médicos de la Academia: don Juan Benedid Borao y don Federico González Deleito, junto al médico de la Fábrica de Armas de Toledo, don Venancio Plaza Marcos.

De acuerdo con la reglamentación entonces seguida, el aspirante Francisco Franco no podía pasar el “examen físico”. “No daba la talla”, por tres o cuatro milímetros.

A la hora de fallar, los miembros del Tribunal Médico Militar discutieron, y al fin, prevaleció el criterio racional del entonces capitán y doctor en medicina don Federico González Deleito, de que un adolescente, que todavía no había cumplido los quince años, podía crecer hasta los veinte. (El doctor González Deleito, por lo general muy “ordenancista y reglamentarista”, adoptó esta actitud flexible, y convenció a sus colegas… No en balde había estado en Alemania, patrocinado por el Gobierno, donde realizó estudios sobre el crecimiento.)

El 18 de julio de 1936, don Federico González Deleito es coronel-médico y director del Hospital Militar de Carabanchel. Y a su cargo, en calidad de procesado por los excesos en la represión de la “Revolución de Asturias”, el general don Eduardo López de Ochoa y Portuondo, designado por el Gobierno Lerroux para el mando supremo de las fuerzas encargadas de sofocar aquella rebelión de octubre de 1934.

El 14 de agosto de 1936, los grupos extremistas e incontrolados, matan violentamente al general López de Ochoa… y al coronel-director del Hospital, González Deleito, que había tratado de salvar a su paciente por todos los medios.”

Artículo en ABC.

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