René Girard (1923-2015)

René Girard, o la superación del deseo por el amor Ingresa en la Academia Francesa un filósofo, René Girard, que ha desentrañado la mitología subyacente en la sociedad humana


Santiago Mata, 23.12.2005.
El 15 de diciembre, la Academia Francesa, máxima institución cultural gala, recibió como miembro al filósofo René Girard, nacido en Aviñón el 25 de diciembre de 1923, y afincado desde los años 60 en Estados Unidos. Toda su obra está “organizada en torno al cristianismo”, declaraba Girard recientemente (La Croix, 15-12-2005), a la vez que animaba “a los católicos a que no tengan miedo de presentarse como tales”.

El olvido en que Girard ha caído en vida —hasta el punto de que en su discurso de ingreso dijo que «la Academia Francesa ha sido la única institución francesa que, durante medio siglo, me ha persuadido de que yo no era olvidado en Francia, mi propio país, en cuanto investigador y pensador»— no se debe sólo a su valentía. Girard ha metido el dedo en la llaga al desentrañar los mitos religiosos sobre los que se basa la sociedad (“laica”), y ha mostrado la escasa talla que estos mitos, montados sobre el deseo, tienen frente a una religión basada en el amor. Algo a lo que, en último término, hacía referencia en su discurso de bienvenida el también filósofo y académico Michel Serres: “considerar la religión (sólo) como un hecho de sociedad o de historia, lejos de suponer una forma científica de abordarla, forma parte de la regresión contemporánea hacia las religiones sacrificiales de la antigüedad. Muerto Dios, nuestras conductas vuelven a las religiones arcaicas; una vez que calla el monoteísmo, erramos, convertidos en politeístas, en medio de los que recaen en los sacrificios humanos”.

Desde sus primeras obras (Mentira romántica y verdad novelesca, 1961) Girard se preguntaba por la razón de ser de los mitos, centrándose al principio en su función literaria para preguntarse después por su función social. Girard acepta la teoría freudiana —aunque no su reduccionismo sexual— según la cual el deseo es una de las grandes motivaciones de la conducta humana: pero, con su “teoría mimética”, explica que ese deseo es triangular: no deseamos lo que nos parece bueno, sino lo que otros desean. Ese mimetismo de las modas lleva a la violencia —competencia de deseos—, y para ponerle fin se elige como chivo expiatorio a algunas personas o grupos. El mito es, en este contexto, la “mentira necesaria” que convierte el mal en bien, sublimándolo: el crimen que da estabilidad a la sociedad es algo bueno, e incluso la víctima llega a ser simpática. Esto sería, en el fondo, reflejo de la condición humana: del pecado original. El hombre desea hacer el bien, pero hace el mal, y trata de lavar su pecado. El hombre no puede aguantar la violencia que él mismo ha realizado —como decía T. S. Elliot, no puede soportar demasiada realidad— y trata de ocultarla: el mito transmite un acontecimiento fundacional de la sociedad, pero al mismo tiempo esconde su razón de ser (la violencia sacrificial).

Frente a la mitología social humana, aparece la lógica divina de la redención, donde el sacrificio que parece que se ha de convertir en mito, no se oculta, sino que se relata con todo detalle (en la Sagrada Escritura). La lógica es inversa porque Dios se pone de parte de los débiles y porque el punto de partida de este sacrificio no es el deseo —que lleva a los hombres a enfrentarse—, sino el amor, que lleva al sacrificio, a darse. Frente a los mitos humanos, donde la víctima adquiere la naturaleza divina gracias al sacrificio, Cristo se “rebaja” sin espectáculo, y ni siquiera su resurrección es un hecho particularmente llamativo.

Durante algún tiempo, Girard se resistió a considerar la redención cristiana como un sacrificio, porque no lo es en el mismo sentido que el de los mitos humanos. La víctima es aquí realmente inocente y no muere estrictamente para expiar pecados, sino para mostrar que el amor es más fuerte que la violencia. Dios no pide sangre, sino el corazón, y con el sacrificio de su hijo no busca venganza, a pesar de las teorías justicialistas (atribuidas a San Anselmo de Canterbury) que consideran la muerte de Cristo como un castigo donde el “Cordero de Dios” sustituye y satisface por los auténticos culpables, los hombres. Como afirma Girard en sus últimas obras (Sacrificio, 2003, Los orígenes de la cultura, 2004), el de Cristo es auténtico sacrificio no por “destruir” el deseo con el dolor, sino por desmontar el materialismo que vive del deseo, mostrando que el hombre no es esclavo de aquél, sino que es capaz de amar.

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